
Introducción:
Isolina es un restaurante con alma de bistrot de barrio y corazón nómada. Lo fundaron tres amigos —Manu, Fer y Lucho— que se conocieron en Argentina, vivieron en Brasil, y acumulan en sus raíces un mapa que incluye lo tico, lo español, lo italiano y lo israelí. Esa mezcla de orígenes se siente en la cocina, donde los platos no responden a una sola bandera, sino que hablan con acento propio.
El nombre no es casual: Isolina De Vars fue la tatarabuela de Manu y Fer, y su historia sirve de hilo conductor para una propuesta que honra la tradición familiar, pero con mirada contemporánea. Comer acá es, en parte, escuchar esa historia contada a través de sabores que cruzan fronteras.
Ambiente:
Isolina tiene mucha calidez, donde todo parece fluir sin esfuerzo. Mesas pequeñas, copas de vino natural, luz tenue y conversaciones que se entrelazan entre platos que van y vienen desde la cocina abierta. Es un lugar íntimo donde la atención es cercana y la experiencia se construye con honestidad. Acá no se viene a ver ni ser visto: se viene a comer bien, a compartir, a quedarse un rato más. Y eso —en una ciudad que a veces corre demasiado rápido— se agradece.
Qué pedir:
Tiradito de corvina: Fresco, delicado y hecha con corvina de pesca responsable, este plato es perfecto para empezar y dejar que tu paladar empiece a salivar.
Alfajor de cordero: Inspirado por los alfajores argentinos, en Isolina reinterpretan este plato que generalmente se acostumbra comer dulce, a una versión con carne de cordero rellenado con una base cremosa y especies. Aparte de la deliciosa combinación de sabores en boca, estéticamente es una belleza.
Gnocco sardo de ragú de cordero y salvia: Pasta en forma de gnocchi elaborada con sémola pura, acompañada de un ragú de cordero estofado a fuego lento.