Introducción:
Amana no nació como un restaurante: nació como una intención. Un espacio que cocina con honestidad, sirve con alma y deja algo más que sabor en el recuerdo. El nombre vino de una niña llamada Amanda, que en su voz pequeña decía "Amana". Ese sonido se convirtió en símbolo de algo más grande: respeto, dulzura, conexión.
Acá no se busca impresionar, se busca tocar. Kenneth, el chef, no repite recetas: trabaja procesos, ideas que evolucionan, ingredientes que hablan. Cada plato es un pequeño acto de generosidad, un momento para escuchar y sentir. Este no es solo un lugar para comer, es para los que están dispuestos a dejarse conmover.
Ambiente:
Ubicado en el corazón de Barrio Escalante, Amana es íntimo, sensible y lleno de detalles que hablan bajito pero profundo. La cocina está a la vista, como un escenario sin telón, donde Kenneth monta los platos como quien escribe poesía con cucharas. Hay luz cálida, respeto por el silencio, espacio para la conversación y una esquina donde vive la memoria de Jason, cocinero que fue parte del alma del restaurante. Ahí están su delantal, su libreta, sus Sharpies… y su energía, que todavía se siente. Comer acá es también un acto de presencia.
Qué pedir:
Pozol de Camarones: Maíz cocinado en una base de sopa de bisque de camarón. Plato complejo y lleno de sabor.
Bao de lengua de res: Pancito al vapor, salsa macha asiática y miel picante —textura, profundidad y calor.
Frijoles blancos con jaiba y pulpo: leche de coco, plátano maduro, pesto de culantro… Trae recuerdos del caribe costarricense en cucharadas.
