Da Vinci 2025: El genio del Renacimiento en la era digital
¿Qué ocurriría si, por un solo día, nos imagináramos a Leonardo da Vinci despertando hoy, en pleno año 2025?
Como mente maestra, seguramente intentaría descifrar la realidad que nos envuelve: un desconcierto creativo del mundo digital, completamente saturado de algoritmos, inteligencia artificial, tecnologías disruptivas, tensiones políticas y un ecosistema tecnológico de altísima sofisticación.
Este ejercicio no solo plantea una curiosidad intelectual, sino que también invita a reflexionar sobre las oportunidades y limitaciones que las personas tienen hoy en día, tomando como referencia a una de las mentes más brillantes de la historia. Imaginemos a Leonardo inmerso en una sociedad con enormes capacidades académicas, investigativas y tecnológicas, pero donde las desigualdades en el acceso y las posibilidades siguen determinando el éxito o el fracaso de una persona.
Presentemos un primer escenario, pletórico de incentivos. En él, Da Vinci sería un apasionado por comprender la mente humana. Plantearía modelos, interrogantes y propuestas para desarrollar lenguajes de inteligencia artificial aplicados a sistemas robóticos capaces de resolver problemas cotidianos de alta complejidad, expertos en emular emociones y en plasmar en tablas de álamo sus obras.
Es probable que fuese un ciudadano universal, moviéndose entre grandes capitales y centros de pensamiento. Su centro creativo, probablemente, no estaría en Florencia, sino en la NASA, en el MIT o en el Instituto CERN, para generar teorías que integraran múltiples áreas del conocimiento humano con una visión tecnológica global.
Resulta fascinante imaginar cuál sería su valoración de los algoritmos y el comportamiento autónomo de las máquinas: ¿los vería como arte, como una forma de pensamiento libre o como una competencia directa de las capacidades humanas? ¿Cómo juzgaría la ética con la que hoy se utiliza la inteligencia artificial? Quizá propondría nuevos modelos educativos para desarrollar habilidades visionarias que equilibren la oferta y la demanda de empleos futuros, mientras potencian las actividades humanas actuales.
Quizás consideraría a la inteligencia artificial como una amenaza al arte: una competencia que, utilizada sin criterio, podría permitir que creaciones carentes de estética, contenido intelectual o inspiración artística —como ciertos NFT o figuras generadas por una simple consulta a un computador— fueran catalogadas como obras maestras.
Pero también podemos imaginar otro escenario: un Leonardo limitado, sin la posibilidad real de crear. Un ser humano común que lucha contra el hambre, la falta de educación y de salud; sin acceso a tecnología y atrapado en múltiples carencias. Alguien que vive las consecuencias de la desigualdad y la vulnerabilidad, en medio de un caos global difícil de comprender y donde las oportunidades no se reparten por igual.
En el primer caso, podríamos tener a un "influencer" de sabiduría que hable del funcionamiento de la naturaleza mezclando arte y ciencia; que utilice plataformas digitales para difundir filosofía contemporánea y que aplique mecanismos cibernéticos para ampliar la capacidad humana de observar, conectar y crear. En el segundo, tendríamos a alguien —como miles de millones en este planeta— cuya falta de oportunidades le impediría desarrollarse, educarse, crecer, crear y proponer en un mundo abierto, quedando, en gran medida, condenado a condiciones de vida difíciles y privando a la humanidad de su legado intelectual.
Esta reflexión conduce a una pregunta desafiante: ¿están los modelos educativos, de desarrollo humano y las políticas públicas —nacionales y globales— orientados a formar nuevos genios integrales como Leonardo? ¿O, por el contrario, indirectamente estamos fomentando generaciones con pensamiento crítico limitado, aspiraciones reducidas y realidades condicionadas por la desigualdad, que día a día amplían las brechas económicas y sociales?
Leonardo, en 2025, no solo intentaría adaptarse y expresar su pensamiento y obra. Nos invitaría a detenernos, a mirar con nuevos ojos la tecnología, el arte, la política y nuestra relación con el conocimiento. Pero, sobre todo, nos impulsaría a desarrollar acciones que potencien el quehacer humano de forma que generen oportunidades, reduzcan la pobreza, promuevan avances médicos, garanticen educación y, finalmente, alcancen ese balance vitruviano de un desarrollo humano pleno, tratando de eliminar las diferencias y alcanzar mayor equidad.