Daniel Habif: “Las palabras no se las lleva el viento. Esa vaina es mentira”
Entrevista con el conferencista de los 30 millones de seguidores, previo a su presentación en Costa Rica
Daniel Habif es un libro abierto: tiene que serlo, pues se gana la vida hablando de él para incidir en otros. Su vida, desde luego, no puede ser más pública, pues si sumamos a todos los seguidores de sus distintos perfiles de redes sociales, la audiencia es de más de 30 millones de personas. Nada mal para alguien que prefiere no irse del barrio en el que siempre ha vivido, con tal de poder seguir comprando el café, el jugo y los elotes que le gustan, entre la gente que lo conoce desde antes de la fama.
Porque sí, este mexicano de casi 42 años es famoso, pero su fama es distinta. "No soy Maluma", explicó durante una entrevista, vía Zoom, efectuada días atrás. Su reconocimiento significa abrazos que no le niega a nadie, palabras de agradecimiento y complejas consultas de vida para las que no siempre tiene respuestas inmediatas.
El conferencista, escritor y charlista motivacional anda de gira por toda América con su más reciente espectáculo, Ascender, el cual llegará a Costa Rica el 30 de agosto, en el Centro Nacional de Convenciones. Y, a juzgar por sus anteriores presentaciones en el país, es de prever que contará, de nuevo, con un llenazo.
Las palabras de Habif pegan. Su vehemencia y puesta en escena son esenciales para que tanta gente le preste atención a sus consejos de liderazgo, resiliencia, espiritualidad y transformación personal. Su estilo combina retórica emocional, referencias bíblicas, arte, neurociencia y coaching, junto con una personalidad arrolladora y moderna, potenciada por su oficio de intérprete (actor y músico, se dio a conocer en telenovelas y teatro).
Este es un extracto de la conversación.
— ¿Qué implica tener que estar tanto tiempo fuera de casa? Estarse moviendo de país en país, de hotel en hotel… Una vida que se vuelve nómada por temporadas.
—Bueno, definitivamente me gusta, porque si no, me estaría marchitando. No fue así al principio, pero tomé la decisión de unificar ciertas rutas para que hicieran simbiosis y eso no generara tanto conflicto en mi vida. La primera decisión fue: "Ok, yo tengo una casa, pero mi casa no es mi hogar". Entonces, necesito viajar con mi hogar, y mi hogar es mi esposa. La primera decisión es no voy a generar conflicto entre mi vida personal y mi vida profesional.
Voy a encontrar la manera en que mis talentos, que son naturales, y la parte que es medular de mi vida, la pueda tejer. Eso es un gran privilegio que no todo el mundo tiene, que no me lo regalaron, sino que tuve que aprender a construirlo y a tejerlo. Entonces, trabajar con mi esposa y poderme despertar en cualquier parte del mundo viendo lo que más amo, pues es un beneficio.
Luego, siempre he sido alguien muy apasionado de ir a otros lugares desde muy chamaco. Probablemente uno de mis grandes talentos sea mi curiosidad.
Me gusta viajar mucho, porque creo que cuando viajas, ya sea por placer o por trabajo, cuando regresas a tu casa ya no cabes en el mismo lugar. Porque cuando pasas mucho tiempo escuchando las mismas voces, el mismo acento, comiendo la misma comida, parecería que terminas por estar domesticado. Y no te haces tan amplio.

Foto: One Entertainment.
Yo tengo la fortuna de poder sentir el pulso de un montón de lugares. Saber diferenciar el cacao de México al cacao de Costa Rica. Aquí tenemos un jaguar precioso, pero el de Costa Rica también me gusta. O sea, uno va entendiendo. Sí, claro. El volcán Popo no es el mismo que el volcán que tienen en Costa Rica. Entiendes de la biodiversidad, vas entendiendo de las posturas políticas, vas comprendiendo cómo se unifican y también cómo se contraponen. Y eso te hace amplio. Si estás dispuesto, por supuesto, a recibir esa información, adherirla a ti y que eso te lleve a ser mejor.
—En este trajín de estarte moviendo por el mundo, ¿hay algo de tu rutina que no sea negociable en el día, estés donde estés?
—La verdad, tengo muy pocas cosas en las que sea rígido. Mientras no pongan en juego mis ideales o mis convicciones, soy bastante flexible.
No me gusta volar, por ejemplo, pero pues no hay de otra, porque no disfruto las turbulencias y estas vainas me generan miedo. Entonces, me pongo a escribir. He aprendido a darle un poquito la vuelta. Utilizo esa energía que me pone en un estado hiperfocalizado, porque a mí el miedo me pone como a los gatos, cuando se quedan agazapados. A mí me pasa un poquito lo mismo, que me pongo súper tenso, entonces soy capaz de escribir un capítulo entero en un vuelo.
—¿En medio de una turbulencia?
—Sí.
—¿Qué más es importante?
—Comer. Me gusta darme un espacio y tiempo para poder comer y poder disfrutar de comer.
No sé si suene a un gran privilegio, pero durante muchos años pasé comiendo en el coche, comiendo en el transporte público, comiendo a las 3 de la mañana mientras trabajaba. Y en un momento de mi vida tomé la decisión de decir: "Yo quiero sentarme y poder comer". Y a veces no puedo, porque tengo que comer antes de entrar al escenario, o porque tuve una cantidad de entrevistas, o porque llegué en la madrugada. Pero eso es algo que procuro.
— Hay gente que diría que lo que hacés es un espectáculo, o una charla o un híbrido de un montón de cosas. Pero más allá de eso, ¿en qué momento empieza la conceptualización? ¿Cómo es ese proceso y luego la ejecución? La gente ve a una persona en el escenario, pero estamos hablando de un trabajo orquestal en el que participan muchos.
—Es una muy buena pregunta y un análisis extraordinario, querido. El proceso creativo… o sea, la creatividad no pregunta. En mi caso suele llegar en los momentos más inoportunos.
Yo suelo dialogar mucho con mi estado creativo, pues tengo una ansiedad también creativa. Suelo provocar o gestar el ambiente en donde la creatividad se siente cómoda. Lamentablemente, en mi caso, es bastante madrugadora. A las dos, tres de la mañana es cuando toca la puerta e interrumpe.
Yo soy alguien que va escribiendo. Todo el día estoy escribiendo, ese es mi oficio. Entonces no me gusta tirar ninguna idea. Soy alguien que no juzga las ideas, por más tontas que en el momento me puedan parecer. Y me encanta escribir en papel y lápiz. Me gusta mucho. Para mí tiene una sensación diferente y siento que se materializan las cosas de una manera distinta a solamente teclear.
No te digo que no escribo en el celular, porque escribo hasta cuando voy al baño. Y si me ataca una idea, puedo dejar de hacer lo que sea para ir a escribirla. Y el asunto muchas veces me genera una batalla bien interesante, porque me viene una frase sobre el amor. Y la batalla es si la escribo o siento lo que estoy pensando: o sea, si la escribo, sé que esa sensación tan bonita que estoy teniendo va a desaparecer. Como si saliera de ti y ya no te perteneciera.
Las ideas nunca nacen perfectas, suelen nacer deformes. Y muchas veces las preguntas que más me hago son: "¿No estaré loco?" Y si empiezo a preguntarme esas cosas, me voy dando cuenta de que en realidad empiezo a ser creativo, porque la idea me da miedo, me parece absurda. Yo soy alguien que le gusta mucho lo absurdo, mucho, mucho.

Daniel Habif
Me gusta encontrar senderos entre el misterio y la realidad. Me gusta, me apasiona encontrar esos caminos. Entonces la palabra, por ejemplo, en el caso de "Ascender", no tiene que ver con el ascenso, con elevarte, con iluminarte, con suspenderte en el aire. "Ascender", el nombre, apareció después de un diagnóstico de salud en mi vida que, de un solo golpe, me partió en cuatro.
Pero cuando lo recibí, mientras yo estaba leyendo ese diagnóstico, estaba grabando el audiolibro de Ruge. Entonces mi sonrisa era una sonrisa sarcástica de lo que estaba leyendo. Me decía: "Esto de verdad es tragicómico en mi vida. Estoy grabando Ruge o espera ser devorado y me están diciendo que tengo cáncer de próstata."
Entonces dije: "Esta madre me acaba de dar un golpe, de sacudirme". Porque mi padre falleció de cáncer de próstata. Entonces, por supuesto, aparecen todos los análisis: genética, técnica…
—Claro, viene mucho equipaje de antes.
Y ahí es en donde me doy cuenta que la palabra "trascender" —porque estaba yo hablando de eso en el audiolibro—, acerca de la transformación, de cómo el dolor puede ser un maestro. Y ahí dije: "Bueno, el dolor es un maestro severo, pero es justo". Esta vaina o me sacude, o a partir de aquí aparece otra parte de mí que no conocía.
Entonces, si bien te llenas de miedo… Yo escribí Las trampas del miedo siendo una bitácora de todos los miedos que me habitaban. Porque estuve enfermo durante nueve años de una bacteria que se llama Lyme disease, y empecé a hacer una bitácora del miedo que me acompañaba. Me daba miedo esto, me daba miedo lo otro, y cuáles eran las sensaciones. Aprendí a medir los matices y las intensidades de cada uno de mis miedos, porque hay mucha información ahí. Y cuando tienes información, dejas de ser ignorante de la sensación que estás viviendo.
Digamos que así es como empieza un proceso. Así es como empezó la conferencia. Todos empiezan distintos, eso también es importante. Todos, todos. Yo no soy alguien que lo hace mecánicamente. Hay gente que tiene el oficio de provocar un momento para poder escribir. Yo no soy alguien que siempre disfruta escribir. Me cuesta trabajo. Escribo mucho, pero no lo disfruto siempre.
Luego, en las hojas y en la cabeza todo suena muy bien, pero después tienes que ponerlo a prueba en el escenario. Ese lugar tridimensional: si eso conecta, si no conecta, quién es la gente que quiere escuchar esto… No, no quiero que nadie lo escuche. Este es mi testimonio de estos últimos años.
Y luego no es cómo lo voy a decorar, sino cómo voy a crear, por supuesto, el ambiente para que se geste la sensación que yo quiero lograr. Tú sabes, querido, que comunicar es una ciencia, pero conmover es un arte.
Entonces, son años por los que he pasado. Esto no es una… es mi sazón. Y luego eso lo tienes que organizar y lo tienes que llevar a 80 países. Tienes que ser empresario, artista, productor, guionista, editor. Y aparte tienes que seguir creando contenido. Cuando alguien me dice: "Pero tú nada más haces videos". Yo digo: "Es como la gente que dice: 'Pero si Tiger Woods nada más le pega a la bola', ¿no?"
Por favor, guardando las enormes distancias: la genialidad está en hacer algo brutalmente complejo que se vea brutalmente sencillo. Y muchas veces despreciamos esa sencillez porque creemos que carece de complejidad y de cosas hondas.
Yo te puedo decir que terminé de hacer el show… es un espectáculo. La verdad, esto sí es un espectáculo. Porque lleva música en vivo, iluminación. La iluminación es una extensión de mi lenguaje, la música es la extensión de otro lenguaje.
—Daniel, si yo voy a una librería a buscar tus libros, es muy probable que estén en una sección que tiene un rótulo que dice "autoayuda", donde entran un montón de cosas. ¿Te parece correcta esa clasificación? ¿Te importa, no te importa, te molesta, no te molesta?
—La verdad es que no me importa. O sea, yo no estoy peleado con que la gente trate de definirme, mientras que yo no me quede encajonado en esa definición. Si les es de servicio para organizar las librerías, pues adelante. Pero yo no creo escribir libros de autoayuda, creo que escribo libros para que tú ayudes a otros también.
Este tipo de libros, si bien brindan herramientas que son prácticas —guías, te ayudan a afrontar a lo mejor problemas personales básicos—, no carecen de profundidad. Tienen un lenguaje accesible, pueden tener muy buenos testimonios, buenas afirmaciones, algún tipo de fórmulas.
Y aparte, los libros de autoayuda no son nada más de autoestima, de relaciones personales; también son de finanzas, de productividad, de superación de duelos, de manejo de estrés, de trauma, de ansiedad. Yo creo que tienen cosas positivas. Y a lo mejor hay otros que promueven soluciones simplistas. Yo nunca he sido alguien que busca dar soluciones de microondas o mágicas.
Y tampoco busco fomentar un culto a esa positividad tóxica que hoy por hoy se menciona. Pero, para ser concretos, la verdad es que no me molesta. Me dicen de todo: desde pensador hasta vendehumo. Entonces, ¿qué voy a hacer? No voy a salir a defenderme todos los días.

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—¿Y si te dicen predicador? Lo digo porque Dios está muy presente en tus mensajes también.
—Es que no soy predicador. O sea, si me llamara Juan, seguiría siendo yo. Tampoco soy mi nombre. No soy ni mi oficio, ni mi vocación. Ni siquiera soy lo que produzco. No estoy encajonado a eso. Si eso es lo que tú crees que soy, eso es lo que tú sabes de mí. Puedes saberlo todo de mí, pero no entender nada de mí.
Entonces, hay mucho conocimiento… Pero que me digan predicador… coño, no tengo el privilegio, no tengo la honra. Yo conozco un montón que se autodenominan predicadores y en realidad lo que saben hacer es cortar pelo de oveja, trasquilar.
Una cosa es que te autodefinas de una manera y otra cosa es que tus hechos revelen que eso que tú dices que eres, en realidad, lo eres. Pero, ahora que estoy haciendo música, me van a decir: "Ahora resulta que vas a hacer música". Y si quiero ser chef… Ese es el problema de nuestra sociedad, ¿no?
Que tanto trabajo que nos cuesta aceptar quiénes somos, luego ser quiénes somos, como para andarle pidiendo permiso a una sociedad que te quiera aceptar tal y como no eres. Y después regresar a tu casa: "Es que dicen que yo soy predicador". Hace mucho tiempo dejó de ser de mi incumbencia eso.
— ¿Qué te sorprende que aún no hayamos logrado superar o mejorar como sociedad?
—Un montón de cosas. La indiferencia, por ejemplo. Esta eterna lucha de nosotros los buenos contra los malos. A mí es una lucha que me aburre. Porque creerte —por cualquier razón que tú quieras— mejor que otro, invalida inmediatamente que no lo eres. Eso a mí me sigue sorprendiendo. Me sorprenden una cantidad de cosas estrafalarias.
La hipersexualización, no tener pensamiento crítico, desvalorizar la forma del otro de ver la vida. A mí me han dicho: "Okay, Daniel, yo no sabía que seguías a Dios. Pero ahora que sé que sigues a Dios, todo lo que dices es irrelevante". What? What?
Esta lucha por separar al individuo de la mente, a su corazón, y de su corazón a su zona espiritual, a su misterio, me parece absurda.
También los cánones que tenemos de lo que significa tener un buen cuerpo, una buena salud… Hay un montón de cosas que no hemos superado. ¿Sabes qué? Me sorprende mucho la forma en la que el ser humano tiene una enorme capacidad de autosabotear su vida.
Y de utilizar las palabras de manera muy cruel. Siento que estamos llegando a un punto en donde la gente ha perdido el valor de lo que dice y de cómo lo dice. Las palabras no se las lleva el viento. Esa vaina es una mentira. Se quedan ahí en el tiempo, y tarde o temprano regresan a tu vida multiplicadas. No hay juicio que tú lances que no regrese.
No hay una sola burla que tú hayas sembrado en la vida que no florezca tarde o temprano. Yo soy alguien que cree que las palabras tienen un poder muy fuerte, y que todo lo que tú dices lo siembras, y tarde o temprano te lo comes. Ya sea que lo que sembraste fue miel o veneno. El eco de nuestra lengua me tiene sacudido. Lo que tú dices, un día sale, regresa y te vuelve a tocar a la puerta.
Las lenguas que hieren se pudren por dentro. Eso es una cosa que creo que no hemos superado.
Yo mismo me trato de entrenar en eso. Antes de dar una opinión… Para mí el silencio es un gran mediador, cabrón. Gran, gran, gran mediador. La soledad también, pero el silencio…
Yo no voy por la vida agarrando a bilbiazos a nadie. Hay gente que se siente inspirada por mi vida. Y cuando te hablo de matrimonios, ¿cómo no voy a hablar de algo que llevo 24 años? ¿Cómo no te voy a enseñar a ser conferencista si llevo 33 años haciendo esto, man? O sea, hay algo que te puedo enseñar, ¿no?
Oye, te voy a hablar de arte. Estudié esto. Y estudié administración, y ahora estoy estudiando psicología. Y ahora me estoy especializando. Llevo toda mi vida estudiando. ¿Cómo no voy a decirte? Pero ¿qué pasa? Ah, no. Puedes estar muy preparado, pero si tú amas a Dios, entonces ya todo lo que tú sabes no sirve.
—La naturaleza de tu ocupación, de tu trabajo y de tu arte también implica siempre estar en el ojo público. ¿Cómo sentiste esa evolución, de pasar a ser una persona a la que conoce su entorno —igual que cualquiera de nosotros— a ser una persona a la que la conoce todo el mundo?
Mira, hace una semana me escribía una chica: "Te me caíste del pedestal". Le digo: "Oye, si no soy una escultura. No puedes esperar más de mí que de ti". Yo entiendo que el privilegio y la fortuna de vida que hoy tengo —que me costó trabajo, esfuerzo, entrega, disciplina, estudio, etcétera— genera una expectativa y genera un estándar. Y trato de ser diligente con ello, pero no puedo marchitarme e inmolarme en el nombre de esa reputación. Porque haría de mi vida una vida miserable. Porque siempre vas a defraudar a alguien.
O sea, no voy por la vida diciendo "no me importa el mundo", porque si no, ¿por qué habría yo de importarle al mundo? Mi mundo sería muy pequeñito.
Pero la fama… a mí nunca me movió ni la fama, ni los aplausos, ni nada de esas vainas. La verdad, si bien las he utilizado a mi favor y tienen enormes beneficios, también conllevan otras cosas que tienes que terminar de entender. Pero a mí me gusta la gente.
Lo digo en serio. O sea, a mí no me molesta que me pidan ni una fotografía ni dos ni tres, ni en el aeropuerto ni cuando voy caminando. Mientras estoy hablando contigo, estoy en el mismo lugar en donde llevo viviendo 20 años. Todos los que están aquí enfrente, en el parque, me conocen. El señor de las quesadillas me conoce, el de la tienda me conoce, el del café me conoce. La fama ha perdido toda relevancia. Soy un mueble más, porque soy un tipo de comunidad, a mí me gusta la comunidad.
El del restaurante de la esquina sabe quién es mi esposa. "Señor Daniel, ¿le llevo algo a su esposa?" Porque yo vivo caminando por aquí. Todo el mundo aquí me conoce. No soy ningún artista, ninguna estrella.
Y mis amigos me dicen: "¿Y por qué no te cambias de casa?" Les digo: "¿Cómo crees que yo me voy a perder el regalo, brother, de seguir viendo al mismo señor que me hace mi jugo de toronja desde hace 20 años?" ¿Tú sabes? ¿Yo qué voy a cambiar eso por vivir en la montaña del no sé qué? No. Yo quiero seguir yendo por mi jugo. Y si no me puedo levantar e ir y pedir el café que a mí me gusta, y comerme los elotes que se ponen aquí a las 7 de la noche…
Eso es lo que a mí me gusta. Hay otros que les gusta irse a otros lados, pero yo no tengo problemas con eso. Aparte, mi fama es una fama diferente.
—¿En qué sentido?
—Es una fama diferente. No soy Maluma. La gente se acerca conmigo de una forma bien diferente. O sea, yo no genero histerias. No genero movimientos de persecución. La gente, cuando me ve, se acerca con un amor y con un cariño que tengo mucho respeto, porque hay gente que me ve y me dice: "¿Me puedo acercar?" Brother, ¡te abrazo!
"Oye, me quería dar las gracias, cabrón, porque recuperé mi matrimonio, porque decidí pedirle perdón a mi esposa. No te molesto más". Y también la gente, cuando se acerca conmigo, quiere platicar conmigo. No quiere una foto nada más.
"Oye, Dani, ¿qué opinas de esto? Fíjate que me está pasando esto…". Y yo tengo que tener la suficiente sensibilidad como para saber que se demanda de mí más cariño que cualquier otra cosa. Entonces, yo por eso tengo que cuidar y entrenar mucho mi corazón, para mantenerlo siempre bombeando y siempre tener gracia y misericordia con cualquier persona que se me acerque.
Tengo que tener bien entrenados mis ojos. Esta es una fama completamente diferente, que es una fama que me gusta, porque me permite regresar a mi casa diciendo: "Wow, qué tremendo testimonio, cabrón".
Ayer me escribió una fan que hizo un club de fans mío cuando yo tenía un programa de televisión —eso tendrá 16, 17 años— y ella está en silla de ruedas. Y desde aquel entonces, su padre la llevaba al programa. Ayer me escribió para decirme que su padre había fallecido, pero yo llevaba ya dos semanas orando con ella.
Yo contesto mis mensajes en las redes sociales. Son treinta y tantas millones de personas. No puedo contestar todos, porque es imposible. Tendría que dedicarme únicamente a eso. Pero nadie más lo hace.
Entonces, esto no es un mérito. Es un privilegio, cabrón. Yo, cuando veo a alguien que diga: "No, es que puta, me molesta", yo digo: "Bueno, okay, no entiendo su historia". Pero para mí no es ningún mérito. "Ay, no más, qué buena onda se portó por darle una foto". Está cabrón. Esto es un privilegio. Y quién sabe cuándo me lo quiten.
Entonces, mientras lo tenga… hay gente a la que le dan la oportunidad de hacer una entrevista, ¿no? Y vienen con la pinche actitud. Yo decía: alguien del otro lado del mundo considera darte un espacio y están hablando de tu trabajo. Yo, ¿cómo no voy a venir y a hacer mi chamba? Por lo menos así vivo yo. Y me gusta vivir así.

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— La gente tiene una expectativa de empatía también porque, me imagino, más allá de la foto, también se acercan personas que tienen situaciones complicadas.
—Fuertes, fuertes. O sea, que alguien te deje verle llorar es algo mágico, y es un privilegio. Que alguien crea que en ti habita una solución para esa tristeza, para ese dolor, para esa angustia…
Yo muchas veces no tengo las respuestas a las preguntas que me hacen. Y se los digo: "No sé". Pero el simple hecho de abrazarles y de escucharles con atención les lleva a pasar un mejor día. Porque hay preguntas que son muy heavy, y no puedo atreverme a ser imprudente. Y yo nunca he tenido ni un problema en decir: "No sé". Y hay gente que hace como que lo sabe todo, y digo: "Bueno, esta gente no sé cómo lo logra". Pero yo no. Y a veces les digo: "No, no sé. Pero, ¿me dejas abrazar? ¿Me dejas orar por ti? ¿Te parece si oramos?"
Porque dar consejos así es un poco delicado, es un poco heavy. Pero lo importante es la empatía, como tú lo dices, y la simpatía también. La empatía es ponerte en los zapatos del otro, y la simpatía es entenderlo desde tus zapatos también. Porque si no, no le puedes agregar las cosas. Si yo me pongo en tus zapatos, voy a ver lo mismo que tú. Entonces tengo que ampliarte el horizonte.