Defensa de Bukele a reelección indefinida se apoya en falsa analogía
El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, escribió en su cuenta de X que "si El Salvador se declarara una monarquía parlamentaria con exactamente las mismas reglas que el Reino Unido, España o Dinamarca, seguirían sin apoyarlo". Con esa frase defendió la aprobación de la reelección continua e indefinida.
"El problema no es el sistema, sino que un país pobre se atreva a actuar como un país soberano", añadió, insinuando que la comunidad internacional aplica un doble rasero sobre la reelección frente a países pequeños. Bukele también aseguró que "el 90% de los países desarrollados permiten la reelección indefinida de su jefe de gobierno, y nadie se inmuta. Pero cuando un país como El Salvador intenta hacer lo mismo, de repente es el fin de la democracia".
¿Tiene sentido la comparación de Bukele? ¿Comparten El Salvador y países como Reino Unido o España reglas equivalentes sobre la reelección?
La respuesta es no. Y no solo por diferencias de contexto, sino por razones estructurales. El discurso de Bukele incurre en una falsa analogía: una comparación entre sistemas políticos que no comparten principios ni mecanismos clave, y cuya equivalencia no resiste un análisis serio.
¿Qué es una falsa analogía?
Una falsa analogía es una falacia lógica. Consiste en comparar dos situaciones que parecen similares, pero que no lo son al revisar sus elementos esenciales. Es un recurso frecuente para generar simpatía o justificar decisiones, aunque las condiciones que se equiparan no sean equivalentes.
Bukele plantea que, si en los países ricos los jefes de gobierno pueden reelegirse indefinidamente, entonces él también debería poder hacerlo. Pero omite un aspecto crucial: los sistemas parlamentarios europeos y el presidencialismo salvadoreño operan bajo reglas distintas y niveles muy distintos de control institucional.
¿En qué se diferencian el parlamentarismo y el presidencialismo?
No se trata de un tecnicismo, como sugiere Bukele. La diferencia es central para entender cómo se ejerce y se limita el poder.
En una monarquía parlamentaria como la del Reino Unido, el jefe de Estado —el rey o la reina— cumple funciones simbólicas. El poder ejecutivo lo ejerce el primer ministro, quien no es elegido directamente por el pueblo, sino por el Parlamento.
Esto significa que:
- El primer ministro solo puede gobernar mientras conserve la confianza del Legislativo.
- Puede ser destituido en cualquier momento mediante una moción de censura.
- Debe negociar constantemente con otros partidos y rendir cuentas ante el Parlamento.
- Suele gobernar en coalición, lo que reduce aún más la posibilidad de concentración de poder.
En cambio, en un sistema presidencialista como el de El Salvador, el presidente es jefe de Estado y de gobierno, tiene un mandato fijo otorgado por voto directo, puede vetar leyes y no puede ser removido con facilidad. La reelección indefinida, en este contexto, puede favorecer una acumulación de poder sin controles efectivos.
¿La mayoría de países desarrollados permiten la reelección indefinida?
No. La afirmación del "90%" no se sostiene. La mayoría de democracias desarrolladas no tienen sistemas presidencialistas como el salvadoreño, sino modelos parlamentarios o semipresidencialistas con mayores controles.
En muchos de ellos, los jefes de gobierno pueden mantenerse en el poder por varios años, pero solo si conservan el respaldo del Parlamento. No hay mandatos garantizados.
En los países que sí tienen presidencias ejecutivas, los límites son claros:
- En Estados Unidos, el presidente solo puede gobernar dos mandatos de cuatro años.
- En Francia, solo se permite una reelección, con un máximo de diez años en el poder.
- En Corea del Sur, la reelección está completamente prohibida.
Algunos países como Alemania, Reino Unido, Canadá o Japón no imponen límites formales a sus jefes de gobierno, pero todos dependen del Parlamento. Si pierden respaldo político, pueden ser destituidos rápidamente.
¿Por qué preocupa la reelección en El Salvador?
La alarma surge por el modo en que se habilitó la reelección indefinida: a través de un proceso que debilitó los contrapesos institucionales y concentró el poder en el Ejecutivo.
Durante décadas, la Constitución salvadoreña prohibió la reelección inmediata. Pero en 2021, la Asamblea Legislativa —dominada por el oficialismo— destituyó a los magistrados de la Sala de lo Constitucional y los reemplazó con jueces afines. Poco después, esa Sala reinterpretó el artículo que impedía la reelección y habilitó a Bukele para postularse nuevamente.
En paralelo, el oficialismo impulsó reformas que redujeron municipios y diputados, favoreciendo su control territorial y reduciendo la representación de minorías. En 2024, Bukele fue reelegido con un 85% de los votos, en medio de un estado de excepción vigente desde 2022, que suspende derechos fundamentales.
En 2024 se modificó la Constitución para permitir reformas con una sola legislatura y finalmente en julio de este año, la Asamblea aprobó la reelección indefinida, amplió el mandato presidencial a seis años, eliminó la segunda vuelta electoral y unificó las elecciones para 2027. Todo ocurrió sin consulta pública ni debate abierto.
¿Existe un doble rasero internacional?
Bukele acusa a la comunidad internacional de hipocresía. Dice que los países ricos pueden actuar con libertad, mientras que a los pobres se les exige obediencia. "Se supone que no debes hacer lo que ellos hacen. Se supone que debes hacer lo que te dicen", afirmó.
Este discurso conecta con una narrativa de soberanía y rechazo a la injerencia. Pero en la práctica, la preocupación no se basa en el tamaño económico del país, sino en la calidad de sus instituciones democráticas.
En El Salvador, la reelección fue habilitada tras el dominio casi total del Ejecutivo sobre el Congreso y la Justicia, en un entorno de represión, censura y falta de transparencia.
En una democracia parlamentaria, un primer ministro puede caer tras perder una votación. En El Salvador, hoy, no hay una vía institucional efectiva para limitar al presidente.
Por eso, los cuestionamientos a Bukele no provienen de una élite global ni de un prejuicio contra países pobres. Provienen del temor, respaldado por los hechos, de que El Salvador haya dejado de ser una democracia funcional y se encamine hacia un modelo de poder sin contrapesos, como los existentes en Nicaragua y Venezuela.