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¿Quién es, finalmente, Keylor Navas?

Por Agencia | 8 de Jun. 2019 | 6:34 am

Esta semana, Netflix subía la película biográfica del portero tico. A pesar de competir con las películas más populares del planeta, la cinta se convertía de inmediato en tendencia. Esta muestra del impacto de la figura de Keylor en tantas personas me hizo recordar lo que viví hace dos semanas en Madrid.

Desde que tengo memoria, mi abuelo Fabio nos llevó al estadio. Uno de mis mejores recuerdos de infancia es estar sentado junto a mis primos en el asiento trasero de su vannette escuchando los comentarios posteriores al juego, con ese jingle de Monumental o de Columbia colándose a cada minuto entre entrevista y entrevista.

Por ello no me extrañó aquel escalofrío de emoción cuando compré la entrada. Recordé a mi abuelo contándonos que sí, que un tico había llegado a lo más alto: un muchacho de Alajuela, llamado Alejandro Morera, había sido gran figura del Barcelona. Y con una sonrisa que me cuesta explicar, nos describía su alegría cuando visitó el museo del Barça donde se exhibía el zapato más grande y el más pequeño de la historia del club. El primero, el de un gigante vasco. El segundo, el de Morera.

Gracias a esas bellas casualidades de la vida, hace exactamente dos semanas me encontraba en Madrid por razones de trabajo cuando, en el grupo de WhatsApp de mis primos, me enteré que Keylor Navas -supuestamente- se iba del Real y que el domingo siguiente iba a ser su último partido.

Para la historia más 'oficial', la ya lejana hazaña de Morera y la actual de Navas representan lo más obvio, que no por ello deja de ser importante y hasta conmovedor. Keylor es Pérez Zeledón. Es el emigrante que va a la ciudad por mejores oportunidades. Es el muchacho que creció sólo con su mamá. El que la pulseó y finalmente debutó un día en Tibás. El que vio mucho más allá y voló a otro continente. El que chupó banca y entrenó el triple. El moreno de Madrid que terminó sustituyendo al portero leyenda Iker Casillas y se terminó llevando tres Champions. El que soñó algo bonito y creyó que sí, que lo podía lograr. Un Franklin Chang, una Claudia Poll.

The Truman Show en Chamartín

Por supuesto, de todo esto nadie tiene idea en Madrid. Para el taxista que me llevó al estadio, y que resultó un gran hincha del Real, Keylor representa algo mucho más simple: el mejor portero del club en la última década. Fueron tantos sus elogios futbolísticos a Navas que decidí activar la grabadora de voz de mi celular sin que él se diera cuenta y atesorar así ese momento.

Para Juan, el pequeño portero de 10 años sentado junto a mi butaca, probablemente Keylor signifique el sueño más grande al que pueda aspirar. Viajó desde Galicia para intentar obtener la camisa de su ídolo y batalló fuerte durante todo el juego para que su ídolo tico escuchara sus gritos por sobre los demás. Para su padre, quien se aseguró de llegar antitos del mediodía a Chamartín, Navas y las 6 horas de manejada significaba simplemente la sonrisa de su hijo.

Tengo la certeza de que para cientos (¿miles?) de madrileños, Keylor es muchas otras cosas más. Lo pienso por ese instante después del medio tiempo en que finalmente llegó al arco norte, donde nos encontrábamos. En una milésima, el bullicio, los aplausos y los gritos hacia Navas pararon en seco cuando el tico se arrodilló a hacer su oración. El efecto sonoro de ese instante nunca lo había vivido: era The Truman Show y el ingeniero de sonido quitaba por un dedazo el audio en primer plano.

Por unos segundos se pudo escuchar fácilmente el rumor del resto del Bernabéu, porque todo nuestro alrededor fue silencio. Más allá de religiones y creencias, pensaría que ese gesto hacia Navas representa el reconocimiento a la fe, esa que lleva cada ser humano en su ser.

Todos tenemos nuestro lugares favoritos

Algunos encuentran un recogimiento muy profundo en un templo, otros en su casa de infancia u otros en una tarde de domingo alrededor de un café, pan y mantequilla con los que más quiere.

Yo vivo ese momento cuando me junto con mis primos -cada dos o tres meses- a ver un partido, gracias a esa semillita que sembró nuestro abuelo alrededor del fútbol. Es ese lugar donde nada importa porque ahí todo está bien, como en aquel vannette que nos llevaba y traía al estadio. Uno de esos instantes fue en el verano de 2014, cuando el muchacho de Pérez Zeledón se estiró con todas sus fuerzas, le detuvo el penal al jugador griego y Costa Rica pasaba a cuartos de final.

Por ello, haber estado de casualidad en Madrid ese día fue mágico. No era que podía ir. Tenía que ir. Era sentirme en ese lugar seguro a más de 8 mil kilómetros de casa. Estar ahí pensando en mis primos y en abuelo. Ver al Alejandro Morera de 2019. Sentir el corazón repleto.

Yo no fui a ver al Real Madrid (mi equipo de toda la vida), fui a ver esa camisa con el apellido Navas flotando y bailando con elegancia sobre la grama de aquel templo de fútbol. Para eso compré mi tiquete justo detrás del marco. Y no fui el único.

Muchas camisas rojas y una que otra morada estaban ahí, al pie del cañón, gritando y apoyando al compatriota al riesgo de quedar afónicos. Uno de ellos era un originario de Cartago, que voló hasta Madrid cuando se enteró de ese histórico último partido. Rolando puede presumir no sólo de haber sido el único tico que voló exclusivamente para ello. También puede rajar de ser la única persona en ofrecer planes del INVU en las graderías del Bernabéu: me ofreció mi plan de casa propia justo terminando el partido, probablemente pensando en recuperar la inversión. Malicia indígena en Chamartín.

Y así fue como varios ticos estuvimos por casualidad o por voluntad -o por ambas- ahí para despedir a Keylor. Con nosotros en el pensamiento, un batallón de amigos, familiares, lugares y recuerdos con conexión directa a tierra a la lejana y querida Tiquicia. De mi lado, sé que ahí estuvo un poquito de mi abuelo Fabio, el único saprissista envenenado en este mundo que nunca niega que su segundo equipo siempre ha sido la Liga del gran Morera.

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