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El lector opina: El dictador que no queremos

Por Agencia | 14 de Feb. 2024 | 10:45 am

El diccionario de la Real Academia Española define al dictador como una persona que abusa de su autoridad y trata con dureza a los demás. En Latinoamérica, en épocas recientes hemos conocido figuras que pueden tildarse de tales, por ejemplo, Pinochet, Videla, Fidel Castro y los Somoza. En la actualidad se le atribuye a Daniel Ortega, Nicolás Maduro o a Nayib Bukele querer asumir tal posición. Incluso en Costa Rica, al presidente Rodrigo Chávez se le achacan actitudes dictatoriales que causan asombro y temor en nuestra "dictadura perfecta", ¡perdón! democracia perfecta (me confundí con una película mexicana).

Pero no se confunda el amable lector, no me refiero a los personajes anteriores cuando menciono al "dictador que no queremos" sino a ese "otro" dictador entronizado en cada uno de nuestros hogares. Es ese niño o niña cuya sacrosanta voluntad hay que cumplir so pena de caer víctimas de sus berrinches e incluso agresiones. Hace algunos años una mamá me confiaba: "Profesor, ayúdeme, no sé qué hacer con mi hijo de trece años. Cuando le llamo la atención, se pone malcriado y me pega". Lamentablemente, si ese joven no respeta a la mamá, menos lo hará con el profesor.

Ese (o esa) "dictador que no queremos" no surge por generación espontánea, sino que es el fruto de un patrón de crianza en donde la mayoría de las veces hay permisivismo, ausencia de límites o incluso parentalidad ausente. En otras ocasiones el complejo de culpa lleva a que los padres y madres intenten satisfacer esa ausencia con regalos que no llenan los vacíos afectivos, sino que más bien los acrecientan.

Algunas características de estos "dictadores que no queremos" son: baja tolerancia a la frustración, impaciencia, agresividad, egoísmo, mal humor, aislamiento, insatisfacción… Estas pueden ser también manifestaciones de un niño herido. Para Anselm Grün, al niño se le hiere cuando no se toma en cuenta ni su peculiaridad ni su unicidad, cuando no se tienen en cuenta sus sentimientos o se les toma a broma. Agrega este autor, que los niños se vuelven agresivos no solo cuando se les educa con dureza, sino también cuando la educación que se les da no tiene objetivos claros, cuando en aras de la tranquilidad los padres acaban siempre cediendo, y entonces los niños, perciben que no se les toma realmente en serio.

El problema es cuando este "dictador que no queremos" llega al kínder, la escuela o el colegio, pues carece de esas habilidades sociales que le permitan integrarse adecuadamente a la comunidad educativa. ¿Corregirlo? Esa es una tarea casi imposible para el personal docente, pues no faltarán los padres de familia o encargados que estarán allí para enfrentar al profesional en educación que se atrevió a decirle "No" o a poner límites a su "pobre angelito". Y si no es lo anterior, el temor a posibles denuncias y sanciones amparadas a la ley N° 9999 denominada "Ley para prevenir la revictimización y garantizar los derechos de las personas menores de edad en el Sistema Educativo Costarricense" (cuyas recientes modificaciones fueron solo cosméticas según los entendidos, aunque los representantes sindicales del gremio educativo se ufanen de lo contrario). Sería interesante un estudio sobre los efectos de esa ley en la salud mental del personal docente.

Algunas sugerencias para impedir el surgimiento del "dictador que no queremos" son: reglas básicas y claras en el hogar, límites claros y sanciones con sentido de proporcionalidad y racionalidad, educar la voluntad, hablar (no gritar), ambiente de confianza, formación integral (intelectual, física, emocional, espiritual), educar en valores con el ejemplo, aprender a decir "NO" (fundamental). Tal vez de esta manera a las aulas llegará ese "material humano" disciplinado y cualificado para que el personal docente ejerza su vocación educativa.

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