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El populismo autocrático necesita a las municipalidades

Por Gustavo Araya Martínez | 13 de Ago. 2025 | 6:00 am

Desde su llegada al poder, los populismos han intentado construir una narrativa de arraigo popular, pero su verdadera naturaleza siempre ha sido vertical, centralista y dependiente del aparato estatal. A diferencia de los movimientos políticos que nacen de las bases comunitarias, los populismos -especialmente los autocráticos- son impuestos "desde arriba". Y eso, aunque lo nieguen, lo saben. Sus líderes son de cualquier proveniencia, menos "del pueblo". Vienen de familias acomodadas, muchos han vivido a costas del Estado y algunos de han amasado fortunas, que hasta mansiones de lujo les ha permitido tener, todo gracias a la función pública, nacional o internacional.

Por eso mismo, el poder local —las municipalidades— se convierte en una de sus principales debilidades, pero también en un objetivo estratégico. En sociedades donde la democracia se construye desde lo cercano, desde los barrios y comunidades, desde los municipios, la ausencia de una estructura municipal sólida deja a los populismos sin raíces reales. Sin una base territorial propia, su capacidad de sostenerse a largo plazo se ve comprometida. Necesitan ese piso político, pero no lo tienen. Entonces, intentan conseguirlo por otros medios. Y, si no lo tienen por adhesión, lo obtienen por coacción, presión o chantaje.

En Costa Rica, por ejemplo, el chavismo creó instrumentos como el "chat municipal" para simular cercanía con las comunidades, pero la falta de legitimidad de origen y su incapacidad de establecer vínculos naturales con el liderazgo local se mantiene como un talón de Aquiles. No es casual que, en su intento de participar en las elecciones municipales de 2024, haya fracasado. La estructura no se construye desde el oportunismo ni con figuras rentadas políticamente. El poder local responde a otras lógicas: credibilidad, lealtad a las bases y capacidad de respuesta real a las comunidades. Los liderazgos locales -buenos o malos- no se crean de la noche a la mañana.

Lo que los populismos autocráticos no logran conquistar con votos, intentan capturarlo con presión. Presión institucional, presupuestaria, legal, simbólica. Los liderazgos municipales lo saben: cuando no se alinean con un gobierno central, las obras se frenan, los presupuestos se recortan, las conmemoraciones se boicotean. Toda la comunicación del autócrata populista se va en su contra. La maquinaria estatal se vuelve arma política. Es la política del chantaje en su versión más cruda.

En este escenario, hay un juego de mutuas conveniencias peligrosas. Algunos líderes locales, incapaces de escalar dentro de sus propios partidos, se ofrecen al populismo de turno como instrumentos. Y éste, urgidos de vocerías y anclajes territoriales, los acepta gustosamente. El resultado: una alianza cínica en la que ambos se utilizan. Pero quien gana, a largo plazo, es el proyecto autoritario. Las experiencias se pueden palpar en varios de nuestros países hermanos centroamericanos, donde los liderazgos populistas autocráticos y luego dictatoriales cambiaron las reglas del juego, disminuyeron el número de municipalidades para poder controlarlas mejor y, luego, impusieron sus liderazgos y traicionaron a quienes ingenuamente les dieron su adhesión inicialmente.

La verdadera intención de los populistas autocráticos con las municipalidades no es fortalecer la descentralización ni consolidar la democracia. Es ganar estructura, ganar "pueblo", porque la manipulación de las encuestas y de las redes sociales llega a ser insuficiente. Popularidad no es lo mismo que movilización y menos aún voto. Urgen de estructura para competir electoralmente, enquistarse institucionalmente y construir redes de poder paralelas, incluso mediante la reducción o reconfiguración de los gobiernos locales para facilitar su control vertical.

El interés de los autócratas populistas es poder perseguir a sus oponentes y destruirles desde la médula, desde el propio territorio donde se encuentren. Su idea es quitarles el alimento, literalmente. En esa lógica, el miedo se convierte en método. Mediante patentes, permisos de construcción, autorizaciones comerciales y otras herramientas de gestión local, ahora gracias a los liderazgos municipales, el autócrata populista puede sofocar a la disidencia. Se utiliza el poder municipal —que debería ser el más democrático y accesible— como herramienta de represión y de control social. Todo con apariencia de legalidad pero con el espíritu de una dictadura, esa que se hace en el nombre del pueblo…

Por eso, lo que está en juego no es solo la gestión municipal. Es la democracia misma, porque cuando las comunidades pierden su poder de decisión local, cuando las alcaldías se convierten en apéndices del poder central, la democracia empieza a vaciarse desde su base. No pueden verse, por tanto, las adhesiones y movimientos tránsfugas solo como interés del ingenuo e interesado liderazgo por formar parte de la repartición de poder oportunista, sino como el plan mediante el cual la democracia es hincada por el populista que sueña con su dictadura. Los populistas autocráticos saben que para llegar a ella necesitan a las municipalidades. Por eso van tras los gobiernos locales. La pregunta es: ¿lo saben también quienes aún creen en la democracia?

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