Logo

Entre Washington, Bruselas y Pekín

Por Rodolfo Solano Quirós | 23 de Jul. 2025 | 7:00 am

Costa Rica enfrenta, en este  siglo XXI, un contexto internacional marcado por la competencia entre grandes potencias, autoritarismos sedientos de manipulación, crisis climáticas y  transformación tecnológica. En este escenario complejo, el país debe adoptar una visión de política exterior pragmática y prospectiva que maximice beneficios económicos, políticos, socioculturales  y diplomáticos sin comprometer sus pilares fundamentales.

En una primera aproximación, se requiere repensar  nuestras líneas de acción para relacionarnos con tres actores clave: Estados Unidos, la Unión Europea y China, que deben estar enmarcadas  en el equilibrio, la diversificación y  la defensa y promoción de los intereses nacionales.  Además, estar inmersos en la región centroamericana y caribeña nos genera retos y desafíos particulares que , como país OCDE, y recientemente catalogado como país de ingreso alto por el Banco Mundial – lo que implica ir pensando en diseñar e implementar una política pública de cooperación internacional para el desarrollo que apalanque nuestra propuesta de diplomacia de poder blando – , nos obliga a construir una plataforma integral basada en: i) nuestra soberanía y no un alineamiento en automático; ii) multilateralismo inteligentemente proactivo; iii) diversificación cualitativa de socios; iv) promoción de nuestros intereses políticos, económicos, tecnológicos y ambientales y v) neutralidad entendida como un compromiso con la paz y la resolución pacífica de conflictos, promoviendo soluciones e iniciativas  diplomáticas bajo el amparo del derecho internacional.

Ahora bien, la pregunta no es con quién comerciamos más o de quién recibimos más inversión o cooperación, sino cuál es la brújula moral y estratégica de nuestra política exterior. ¿Estamos siendo diplomáticamente pragmáticos, o simplemente tratamos de tener contentos a todos, sin una dirección clara? Debemos ser  amigos, aliados, y socios  de aquellos que comprenden que defenderemos con meridiana claridad nuestros principios y valores consolidados a lo largo de muchas décadas.

Geopolítico preferencial. Estados Unidos ha sido, es y debe seguir siendo nuestro principal socio comercial, político y de seguridad, independientemente del inquilino en la Casa Blanca, ya que  hay un rico acervo histórico que así lo acredita. Compartimos y defendemos principios y valores universales. Más del 40% de nuestras exportaciones van a ese país, y las inversiones estadounidenses continúan siendo claves para sectores como servicios, manufactura avanzada y turismo, a pesar de los últimos indicadores de desaceleración.

La cooperación en ciberseguridad y  la lucha contra el narcotráfico  refuerzan ese vínculo esencial. Pero Washington también espera lealtad política: recientemente ha presionado por posturas más firmes en materia migratoria, acciones en foros internacionales frente a gobiernos como el de Cuba, Venezuela o Nicaragua, y ha mostrado incomodidad con la creciente influencia china en  Centroamérica, sin dejar de mencionar algunos abordajes críticos multilaterales y visiones sobre conflictos mundiales. Para Costa Rica, esto significa caminar por una cuerda delgada y floja: beneficiarse de los yuanes sin provocar el disgusto del dólar y a la vez echarle un reojo al euro.

 Oportunidades para avanzar. En este complejo ajedrez, la Unión Europea representa un socio distinto. Menos interesado en la competencia geopolítica y más en la cooperación estructural. Bruselas ha sido un aliado consistente en temas como derechos humanos, descarbonización, educación y género, por mencionar algunos. Mediante el Acuerdo de Asociación con Centroamérica, se ha promovido un comercio más equilibrado, el fortalecimiento institucional y el desarrollo sostenible.

Costa Rica ha encontrado en Europa un eco a sus propias banderas diplomáticas, especialmente en el Consejo de Derechos Humanos – a pesar de la tímida y poco relevante actitud que como país hemos desplegado en el actual período de membresía –  donde ambos actores históricamente han liderado iniciativas sobre medio ambiente y justicia social. Sin embargo, el flujo comercial y las inversiones europeas son más limitados, y su presencia política en la región es más discreta. Costa Rica debe aprovechar el momento geopolítico para rescatar el anhelo de convertirse en ese puente entre Europa y América Latina.

Aproximación de complementariedad. Desde la decisión en 2007 de establecer relaciones diplomáticas con la República Popular China, Costa Rica ha cultivado una relación ambigua con Pekín. No se aprovecharon siete años de exclusividad regional y pecamos al no contar, en el terreno de ellos, con una intención diplomática clara para dibujar nuestra relación a largo plazo. La construcción del Estadio Nacional, símbolo de esta nueva alianza, se presentó como un gesto de cooperación sin condiciones.

Más tarde se firmó un Tratado de Libre Comercio, en el  2011, y se aprobó  un Tratado de Promoción y Protección de Inversiones, en el 2016. Se anunciaron proyectos, como una zona económica especial y una refinadora, que fracasaron, amén de una única propuesta en infraestructura vial,  que a la fecha presenta serias dificultades de gestión. Mientras tanto, las importaciones chinas han crecido vertiginosamente, y las exportaciones ticas, aunque mejoran, siguen siendo modestas. La asimetría comercial es evidente, al igual que las dudas sobre cómo manejar sectores sensibles.

Pero China es y seguirá siendo un actor mundial de gran relevancia con el cual debemos aprender cómo relacionarnos más inteligentemente, generando parámetros que nos permitan maximizar los beneficios económicos, fortaleciendo la relación comercial, sin comprometer principios democráticos ni valores universales, tanto en la arena bilateral como multilateral. Podemos atraer inversión en infraestructura, tecnología no crítica y turismo bajo un modelo ya existente de precalificación utilizado por otros socios de China en el orbe, exigiendo transparencia y sostenibilidad, para lo que se requiere, eso sí, contar con fortalezas técnicas del Estado costarricense para la formulación, negociación, ejecución y evaluación de posibles proyectos.

Debemos gestionar la relación con habilidades diplomáticas, a todas luces ausentes en la actualidad,  para entender y luego enfrentar riesgos por posibles tensiones globales y seguir fomentando los intercambios culturales, científicos  y educativos sin permitir dependencia estratégica. Nuestra relación con China debe ser considerada  de aproximación por complementariedad y así aprovechar las oportunidades comerciales con prudencia ante el desafió diplomático en el contexto de las relaciones con los Estados Unidos.

Diplomacia pragmática con confianza o equilibrio arriesgado. El próximo gobierno deberá tomar en serio su responsabilidad de encauzar adecuadamente nuestra política exterior de Estado pequeño. No se puede seguir arriesgando nuestra credibilidad con posiciones ambivalentes ni aventurarse en ejercicios mediáticos inútilmente superficiales.

En muchos episodios, el país ha sabido maniobrar  su independencia, ha intentado equilibrar estas relaciones sin inclinarse abiertamente por uno u otro bloque. Esto tiene ventajas: i) diversificar socios; ii) evitar dependencia extrema, y iii)  mantener un margen de autonomía. Pero también implica riesgos: i) ambigüedad estratégica; ii) desconfianza de los aliados tradicionales,  y iii) exposición a presiones cruzadas. En un mundo donde las zonas grises se achican, Costa Rica podría verse forzada a tomar posiciones más claras.

¿Debe el país apostar por una "neutralidad", o redefinir su rol en función de los intereses económicos, políticos y tecnológicos del siglo XXI? ¿Es viable sostener una retórica sobre derechos humanos, democracia, libertad de prensa y expresión, mientras se establecen contactos políticos, se aceptan inversiones o acuerdos con países que los violan sistemáticamente? ¿Qué significa hoy ser "puente de diálogo", si el puente no lleva a ninguna parte concreta?

La diplomacia pragmática no es en sí misma un error. Pero el pragmatismo sin principios puede convertirse en oportunismo, y el oportunismo, a largo plazo, socava la credibilidad. Costa Rica tiene una historia diplomática que ha inspirado al mundo: abolimos el ejército, hemos promovido  el derecho internacional, la democracia, la libertad de prensa y expresión, y defendimos la paz aún en tiempos de guerra fría, sin dejar de mencionar nuestro liderazgo ambiental.

Esos valores siguen estando muy presentes y son una ventaja estratégica —si se los usa con coherencia – . Una política exterior pragmática requiere equilibrio, flexibilidad y visión estratégica. Hay que aprovechar las oportunidades económicas, políticas, y sociales  que ofrecen los Estados Unidos, la Unión Europea y China, sin comprometer la soberanía, los valores históricos del país ni su reputación internacional como nación pacífica, democrática, respetuosa y promotora de los Derechos Humanos y sostenible.

Mientras el mundo se redefine, Costa Rica debe hacer lo mismo. No para elegir entre Washington, Bruselas o Pekín, sino para fortalecer una política exterior de Estado que sepa decir sí, pero también no, cuando haga falta. Porque el verdadero equilibrio, el sensato, el estratégico, no consiste en agradar a todos, sino en sostenerse firme en lo que uno cree.

Comentarios
0 comentarios
otras columnas