La historia detrás de Radio Sinfonola: el legado que Carlos Lafuente ha protegido
A lo largo de los años, el periodismo en todas sus facetas ha contado con grandes pioneros que han llevado el nombre de Costa Rica con pasión y dedicación. Uno de esos ejemplos es Carlos Lafuente, dueño de Radio Sinfonola, quien durante más de 70 años ha mantenido esta emisora como una de las más importantes del país, convirtiéndola en la favorita de muchas generaciones de costarricenses.
Aunque muchos reconocen la trayectoria de la emisora, pocos saben que proviene de un legado familiar heredado a Lafuente. Desde 1938, su abuelo tuvo una emisora llamada Radio Caribe. Más tarde, en 1943, su padre fundó Radio Hispana, la cual fue trasladada a San José en 1959 y pasó a llamarse Radio Eco. Finalmente, en 1966, Lafuente inició su propio proyecto con la emisora en AM llamada Rumbo. No obstante, tras varios estudios determinó que requería una actualización y así nació la segunda etapa del proyecto: Sinfonola.
Para Lafuente, esta pasión por la radio es un amor heredado "desde la cuna". Aunque intentó estudiar Ingeniería Civil en la Universidad de Costa Rica, una situación familiar le impidió concluir sus estudios. Sin embargo, no se detuvo y decidió formarse por su cuenta en ingeniería electrónica, administración y contabilidad. Su verdadera vocación siempre fue la radio. Comenzó desde cero, incluso construyendo un transmisor AM y reutilizando las instalaciones que su padre había tenido en Cartago. En 1968 logró trasladar la emisora a su ubicación actual, tras adquirir un terreno de 5.000 metros cuadrados por 6.000 colones.
Cuando Lafuente fundó Rumbo, esta se posicionó entre las diez emisoras con mayor sintonía. Luego, al transformarse en Sinfonola, mantuvo ese impulso y, hasta la fecha, se ha ubicado entre las cuatro o cinco primeras del país, gracias al esfuerzo, la dedicación y la seriedad que, según él, han caracterizado a la emisora desde sus inicios.
La empresa fue a empujones; comenzamos poco a poco, agregando partes y priorizando los espacios. Así fuimos construyendo las instalaciones para nuestra comunidad, recordó el dueño de la emisora.
Además de ser un locutor reconocido, Lafuente se ha convertido en un maestro para decenas de periodistas y locutores. Quienes llegan a la emisora inevitablemente pasan por su enseñanza directa, y él comparte su conocimiento con orgullo y alegría: según dice, quien llega, no quiere irse.
Casi es una regla fija que a toda la gente que está con nosotros la hemos ido formando aquí. Algunos vienen con la intención de trabajar y yo les digo que deben estar un año. Antes de ese año no los dejo tocar micrófonos. Los que no soportan ese tiempo es porque no tienen vocación, y los que se quedan, permanecen por pasión. Si a uno le gusta lo que hace, disfruta su trabajo, expresó.
Para Lafuente, compartir conocimientos es una experiencia "agradable", pero lo es aún más ver cómo sus enseñanzas se traducen en oportunidades para otros, incluso en ámbitos como el deportivo o el noticioso, aunque Sinfonola no incluya estos segmentos. Afirma que, aunque sabe que no se quedarán para siempre, se despide de ellos con gusto… incluso preparándoles un café.
A lo largo de los años, don Carlos ha mantenido una línea muy definida en la emisora. Con el tiempo, ha conservado segmentos como festivales de música ranchera y recuerdos, convencido de que son los favoritos de su audiencia, compuesta principalmente por personas entre los 35 y 55 años, con una fuerte presencia del público adulto mayor.
Entre sus recuerdos más entrañables, Lafuente contó que, cuando era niño, jugaba a trabajar en Radio Reloj imaginando que algún día llegaría a ser número uno. Cuando lo logró, se hizo una nueva pregunta: "¿Y ahora qué hago?". Aun así, asegura que la radio ha sido su pasión de vida. Sus hijos incluso comentan que podría no comprarse zapatos nuevos, pero siempre tendrá los mejores transmisores del país.
Una de las preguntas más emotivas llegó al final: ¿Qué le diría a sus oyentes si fuera la última vez que les hablara? Con un nudo en la garganta y una sonrisa tímida, respondió:
No puedo imaginar el impacto. Trabajo en radio desde los 9 años. Tengo 72 años de hacerlo y no sé qué haría. Sería como un chinito sin mamá, que no sabe qué hacer. Prefiero tener fe en que eso no suceda y que podamos seguir mientras Dios nos preste vida.
Les diría que hice todo lo posible, siempre fui honesto con la profesión y con todos. Nunca le quité nada a nadie, nunca me regalaron nada. Y si la empresa no se la puedo dejar a mi familia, tal vez sí un buen nombre.
