Mundo insólito – Los amores “relativos” de Einstein
Albert Einstein; un genio irrepetible de la ciencia cuya inteligencia de nada le sirvió en los avatares del amor donde hasta en eminencias como él es inevitable que el corazón supere, por lejos, a la mente.
Si bien tuvo dos esposas complicadas, Mileva Maric y Elsa Einstein (prima suya), en medio de matrimonios no menos borrascosos, también pasaron por su compleja vida de teorías y ecuaciones matemáticas desafíos románticos con otras damas igualmente difíciles de resolver.
Einstein se enamoró de Mileva por su inteligencia y afinidad a las matemáticas y porque, bueno, esta le alentó y apoyó en sus primeras investigaciones sobre el fenómeno fotoeléctrico (por el que le otorgarían el premio Nobel) y de la teoría de la relatividad especial en 1905.
Pero como era fea, coja, depresiva, enfermiza y algo siniestra, al poco tiempo Einstein empezó a hacerle ojitos a Elsa, su prima, con quien de niño jugaba durante las reuniones de familia y por quien sentía un especial afecto hasta divorciarse de Mileva y casarse con Elsa en 1919.
Lograr el divorcio fue, para Einstein, un suplicio. Para obtenerlo no solo tuvo que admitir su adulterio con Elsa sino que prometerle a Mileva darle el dinero íntegro del premio Nobel de física que el daba por un hecho iba a ganar en cualquier momento.
Así las cosas, Einstein se casó con Elsa en junio de 1919 después de que surgió la versión, algo peregrina, de que Einstein e Ilse, la hija de Elsa, también se entendían entre ellos al punto de que hubo cartas de por medio que así lo insinuaban.
Se puede decir que, a partir de su matrimonio, Elsa vivió con Einstein los mejores momentos de gloria de este cuando, a raíz de su teoría de la relatividad general, el mundo le idolatró hasta la locura en Europa, Estados Unidos, Asia y América Latina, por donde viajó.
Fue tal su popularidad y atractivo, algo más que el mejor actor de Hollywood, que, fuera él a donde fuere, las multitudes le recibían entre vítores, flores, carrozas, propuestas de todo tipo y, desde luego, preguntas sobre el espacio-tiempo, la gravedad, la luz y Dios.
Por supuesto, no faltaron las otras propuestas, es decir, las románticas que le llovían como ramilletes. Sin aún digerir la champaña de su matrimonio con Elsa, se enredó apasionadamente con Betty Newmann, su secretaria, hasta que esta fue desplazada por nuevas candidatas.
Fue así como surgieron otras mujeres bellas y ricas como Toni Mendel con quien solía navegar en barco, tocar música, ir al teatro y pasar hasta altas horas de la noche departiendo felices y, bueno, no sabemos si también hablando sobre la gravedad y el espacio curvo.
Otra mujer pudiente y de la mera aristocracia que estremeció los sentimientos del gran científico fue Ethel Michanowski, quien le seguía sus pasos con tal de estar siempre cerca de él y de disfrutar de su magnética personalidad.
No menos importante en su idílica vida fue la rubia austriaca Margarete Lebach con la que solía exhibirse de manera pública incluso delante de Elsa, a quien cuando les visitaba en su casa de Caputh le llevaba bocadillos y pastelillos.
No obstante, según los biógrafos e historiadores, el asunto se complicó el día en que la chica austriaca dejó olvidada una prenda de ropa en el barco de Einstein. Fue ese el gran final de los pastelillos al convertirse en todo un "queque con hormigas" para el genio y su acompañante.
Sin embargo, fue un suertudo hasta el final pues a pesar de las presiones familiares, principalmente de las hijas de Elsa, para que su madre acabara de una vez por todas con esa relación de Einstein con su amiga, ella prefirió ver el lado positivo de su matrimonio y se opuso a contrariar a su esposo.
Hasta que apareció Helen Dukas, una nueva secretaria de Einstein, quién sí supo manejar su relación con él de manera tan sabia como él lo hacía con la ciencia. Se trató de una relación muy sobria en la que ella, ante un Einstein ya enfermo, se convirtió en su protectora no solo hasta la muerte del genio en 1955, sino de la suya propia, en 1982.