Mundo insólito – Mejor sin pelo que sin cabeza

Michael Jordan
(CRHoy.com) – Siglos de intentar curar o evitar la calvicie siguen sin fructificar.
Desde la antigüedad hasta la actualidad, el hombre no parece escarmentar ni siquiera en cabeza propia.
De todo se ha echado y probado, y nada funciona. Si no que lo digan españoles, checos y alemanes, los más calvos del mundo.
Los hombres han recurrido a indecibles fórmulas a lo largo de la historia para salvar su cabello o reponerlo.
Desde rogarle a un dios y recitarle oraciones mágicas, hasta embarrarse en la cabeza toda suerte de rarezas o ingerir pócimas y menjurjes.
A los vikingos no les funcionó la caca de ganso ni a Hipócrates, el padre de la medicina, la de paloma.
Tampoco a los egipcios las espinas quemadas de erizo y mugre de debajo de las uñas en miel y aceite.
En otro momento, como creían que la calvicie era atribuible al sexo –la culpa la tiene Aristóteles–, los hombres juraban que la grasa de fiera les restauraría la "virilidad" pérdida.
Entonces, ni lerdos ni perezosos, mataron a innumerables leones para extraerles la grasa con la idea de regenerar su cabello en una potente melena que, de paso, les encumbrara de nuevo el ego.
Hasta que en la misma Antigua Grecia alguien echó a rodar la especie de que a los únicos a los que no se les caía el pelo era a los eunucos y se "armó la gorda".
Porque ¿para qué una cabellera frondosa sin…?
Así que, cansados de tantos untos y supersticiones, saltaron a las pelucas de todo estilo, glamour y grosor para verse bien "machos alfa" en todo lugar y momento.
Su época dorada empezó antes de la Revolución Francesa y su mejor exponente Luis XIV.

Julio César
A la larga el emperador Julio Cesar, quien no pudo superar jamás la calvicie, fue el precursor de estos atavíos al lucir sobre su cabeza una corona de laurel.
Hasta que la vanidad y la estética, queriendo dar su vuelta de tuerca, pusieron a la orden del día los injertos capilares que costaban un ojo de la cara y no parecían tan sexis.
Entre tanto, a los que aún les queda algo de pelo atrás o a los costados, intentan hasta la fecha cubrirse la alopecia con "puentes" y "autopistas", tipo Trump, hasta la frente y más allá.
Todo lo que necesitan es un buen gel que les sostenga la estructura al menos mientras andan por la calle, van a la fiesta o tienen una cita con la nueva chica.
El asunto es que, entre intento e intento, el mundo dilapida al año alrededor de $3.500 millones.
Así las cosas, al primero que no le conviene el fin de la calvicie es al gran mercado.
No obstante, desde que el mundo calvo supo que la alopecia es causada por un "potente desglose de la testosterona que se convierte en dihidrotestosterona (DHT)", no le ha quedado más remedio que reconciliarse con ella.
Esa tal DHT hace que los cabellos terminales de la cabeza del hombre se vuelvan suaves y débiles.
Consecuencia de una gran sensibilidad hacia los folículos capilares, heredadas de sus madres.
Entonces, resignados a no poder superar su obsesión por la calvicie, se han inventado "un cielo" en su cabeza para decir que ellos son más seductores, inteligentes, intensos y machos.
Darwin, Churchill, Bruce Willis, Séneca, Domiciano, Zinedine Zidane… La lista es incommensurable.

Patrick Stewart, Stanley Tucci, Bruce Willis, Billy Zane, Samuel L Jackson y Woody Harrelson
De ahí que se haya hecho normal que muchos, anticipando una calvicie extrema o dispareja, corran a la peluquería a raparse de una vez por todas.
Eso sí, algunos dejándose su buena barba y bigote y hasta presumiendo de sus vellos en brazos, piernas, pecho para no dejar duda de su pelambre.
Amén de que se hacen acompañar de las novias, esposas o amantes más bellas y exquisitas como para dejar callado al mismo Aristóteles.
Quizá el actor Yul Brynner haya sido un remoto pionero de esta modalidad desde que, no siendo calvo, decidió raparse para representar la obra El Rey yo, y cuya apariencia le abrió muchas puertas en trabajos cinematográficos, bellas actrices y múltiples admiradoras.
De modo que ya sabemos: el mejor remedio para la calvicie es la propia calvicie pues, al fin y al cabo, todo está en la cabeza.