Durante la campaña electoral reciente, Javier Milei, presidente electo de su país, afirmó que “La Argentina arrancó el siglo XX siendo el país más rico del mundo, y hoy tiene 40% de pobres y 10% de indigentes”. ¿Cuán de cierto es?

Por lo pronto, en cuanto al retrato actual, según la UCA el 44,7% (41,1% según el INDEC) de los argentinos son pobres; el 9,6% (9,8% según el INDEC) de la población está en la indigencia; el 56% de los niños son pobres y su inflación está entre las tres más altas del mundo (se prevé que alcance el 150% al finalizar el año).

Nos queda, entonces, plantearnos cuatro preguntas: 1) ¿será cierto que era el país más rico del mundo en el año 1900?; 2) ¿si era tan rico, qué causó una caída tan dramática de su nivel de vida en comparación con el resto de los países?; 3) ¿será posible revertir la magnitud de sus problemas de subdesarrollo y pobreza y volver a colocar a ese país entre los más desarrollados? Por último, cabría preguntarse si 4) ¿las recetas propuestas por Milei podrían revertir ese proceso y minimizar sus problemas sociales? Esto último, supuesto que el sistema y el entramado político e institucional, le permitieran aprobar y aplicar sus propuestas.

Por lo pronto, anotemos que, sin duda, hasta hace poco más de 100 años, la Argentina estuvo entre los 7 países más ricos del mundo en términos per cápita y hoy no está entre los 60 más ricos. Incluso en términos del PIB total, si el G-7 se hubiera constituido por aquellos años, la Argentina habría sido parte del mismo grupo, por encima de países como Canadá o Italia, y en términos per cápita quizás habría superado a Francia y Alemania.

Dado que la medición del PIB no se aplicaba en esa época, se aplican diversas estadísticas para estimar el PIB de cada país en distintos momentos. De todos ellos, el más reconocido es el llamado “proyecto Maddison”. Según la BBC (https://www.bbc.com/mundo/articles/ce5461xlzp0o): “En 2018, esa serie estadística -creada por el economista británico Angus Maddison y luego mantenida, hasta la actualidad, por la Universidad de Groninga, en Países Bajos- estimó que Argentina había sido el país más rico del mundo en el año 1896, y que luego se mantuvo entre los más acaudalados en las primeras décadas del siglo XX.” Dos años después, en el 2020, la metodología se corrigió y se le asignó el sexto lugar para el año de 1896. En cualquier caso, según el Proyecto Maddison, para el año 1913 el per cápita de Argentina era menor al de Estados Unidos, Reino Unido o Australia; pero era mayor al de Alemania, Francia e Italia e incluso doblaba el de España.

2) ¿Qué pasó entonces para que hoy la Argentina esté por debajo de más de 65 países en el mundo, muchos de los cuales eran significativamente más pobres hace 100 años?
La respuesta es compleja, porque existen múltiples causas potenciales. No olvidemos que un gran economista decía básicamente que había 4 tipos de economías: a) las desarrolladas, b) las subdesarrolladas, c) Japón, d) Argentina.
Aunque se destacan especialmente las políticas “peronistas” (y no hay duda que el peronismo ha gobernado la mayoría del tiempo desde que Argentina regresó a la democracia en 1984), el declive relativo se dio tanto durante los gobiernos peronistas, como durante las dictaduras, aunque en ambos períodos ha habido momentos un poco mejores (pero obviamente ellos han sido excepcionales e insostenibles).

Milei atribuye ese retroceso al abandono de las políticas liberal-capitalistas de Alberdi y de la Constitución de 1860 (aunque fue dictada en 1853, Buenos Aires se incorporó hasta 1860). Ciertamente esas políticas “liberales” aumentaron significativamente los niveles de vida argentinos hasta bien entrado el pasado siglo (sea que se fije la fecha de cambio en los años 30s bajo los militares o en los 40s bajo el peronismo). Esas políticas liberales de Alberdi, Mitre o Sarmiento, se abandonaron a favor de políticas estatistas, clientelares y “redistributivas”. Especial, pero no exclusivamente, en los gobiernos peronistas.

Según Rangel (Del Buen Salvaje al Buen Revolucionario): “El peronismo nace asistido por la razón y como remedio a flagrantes errores e injusticias. Pero no tarda en ser devorado por la fuerza negativa de ese oscuro resentimiento. Ansioso de irracionalidad, Perón (quiso) renegar del proyecto (civilizador) argentino, sustituyéndolo con un plan que fomentaba todo lo contrario”.

El caso es que la Argentina no es comparativamente ni un remedo de lo que fue. No es ni el país más exitoso de la América Latina como lo fue, sino que se ubica básicamente en el promedio y por debajo de países que en el pasado trataban de emularla (Uruguay, Chile o Costa Rica, entre ellos). Ya no digamos la comparación con países que hace 60 años eran más pobres que la Argentina y que hoy son, significativamente, más ricos que ella (Corea del Sur, Irlanda, Portugal, Grecia o España, por ejemplo). En materia de tendencia decreciente, solo la Venezuela de los últimos 20 años la supera.

Ahora bien, ¿será posible revertir ese proceso estatista, ese entramado institucional excesivo y los poderes fácticos y jurídicos del peronismo? Y lo más difícil: ¿será posible liberarse de un “tercermundismo” que resurge, de tiempo en tiempo, en nuestra América Latina? Agustín Lara lo advertía: el enemigo es nuestro propio corazón por traicionero.

Teóricamente es posible cambiar, más aún cuando el ballotage le dio al nuevo presidente electo un mandato electoral. El problema más grave, sin embargo, será esa fuerza negativa del resentimiento social y, en la otra cara de la medalla, una personalidad confrontativa y una cierta incomprensión de las reglas de operación de los sistemas democráticos. Cierto es que sin el histrionismo, la confrontación y la motosierra de Milei, difícilmente se habría dado a conocer; pero el poder tiene como característica central que modera o radicaliza a quien lo ejerce. Se atribuye a María Antonieta la expresión de que “un jacobino ministro, no es un ministro jacobino”. En muchos casos, ha sido verdad, pero no olvidemos que los jacobinos la guillotinaron y luego se fueron guillotinando unos a otros.

Cabe esperar que Milei aproveche su mandato, cumpla sus promesas más razonables y modere las más radicales.
1) Lo primero es mandar señales claras al mercado (no hay nada más miedoso que un peso, un dólar o una calificadora de riesgo);

2) avanzar sus medidas más sensatas (una de ellas, sin duda, eliminar controles de precios y de cambios y desnacionalizar la moneda argentina, o lo que los analistas llaman equívocamente “dolarizar”);

3) bajar los impuestos confiscatorios que los gobiernos kichneristas aplicaron a los productores y provincias agrícolas;

4) eliminar privilegios públicos de lo él llama “la casta”, pero evitar cambios radicales que perjudiquen a los más pobres; y

5) negociar aquellas propuestas que requieren aprobación legislativa (por ejemplo, privatizaciones de empresas públicas ineficientes). Eso requerirá unas condiciones complementarias a las que le permitieron ganar las elecciones.

¿Es que alguna vez Argentina fue el país más rico del mundo?

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