
Introducción:
Detrás de EnBoca hay una historia que habla de oficio, raíz y visión. En cocina, Diego Mondragón lidera con técnica y sensibilidad; en sala, Mariella Rodríguez imprime el pulso preciso de una experiencia que va más allá del plato. Juntos han construido un espacio que no solo eleva el estándar de la gastronomía costarricense, sino que dialoga con el mundo desde la autenticidad.
EnBoca no busca impresionar con artificios: acá cada ingrediente tiene propósito, cada preparación cuenta algo, y cada detalle —de la vajilla al ritmo del servicio— responde a una idea mayor. Es cocina costarricense contemporánea con acento propio, con el mismo nivel de exigencia que llevó a su proyecto hermano, MAE en Barcelona, a conseguir su primera estrella Michelin.
Ambiente:
El espacio traduce la filosofía del restaurante: elegancia sin rigidez. Minimalismo cálido, texturas naturales, luz medida y una atmósfera que invita al silencio amable de una cena que se disfruta con tiempo. Nada sobra ni distrae. Todo —la música, los materiales, la distancia entre mesas— está pensado para que el sabor tenga el protagonismo. La hospitalidad es sobria, precisa y amable; el tipo de atención que no se nota, pero se siente. EnBoca logra lo que pocos: hacerte olvidar del reloj y dejarte simplemente estar, mientras la experiencia fluye con naturalidad y sentido.
Qué pedir:
Pulpo a la Gallega: Una interpretación del clásico gallego con giros bien pensados. El pulpo llega suave y marcado a la plancha, servido sobre una base de papa y bañado con salsa huancaína, que aporta ese toque peruano cremoso y especiado. El jalapeño suma un guiño mexicano que levanta el plato sin robarle protagonismo. Fusión sutil, sabrosa y con carácter propio.

Cochinillo a baja temperatura: Cocido durante 24 horas a 63 °C, este cochinillo alcanza una ternura que se corta con el tenedor, pero conserva la piel crujiente como debe ser. Lo acompaña un puré de remolacha con manzana golden que aporta dulzor y acidez, puré de higos para dar profundidad, y un gel de zanahoria con miso que redondea el umami del plato. La salsa de jamón ibérico amarra todo con elegancia, y al centro, una esferificación de queso pecorino que explota como sorpresa salada y cremosa. Técnica, sabor y equilibrio en un plato que no necesita levantar la voz para impresionar.

Postre de espárragos: Cocidos con precisión durante 8 minutos a 63 °C, los espárragos llegan suaves, brillantes y aún con carácter. Se sirven sobre una base cremosa de chocolate blanco y yogur, donde la untuosidad láctea equilibra el perfil vegetal. Frambuesas frescas suman acidez y textura, mientras que el helado de té matcha aporta notas herbales y amargas que completan el recorrido. Es un postre que no grita dulzura, pero sí elegancia. Una idea bien pensada, ejecutada con técnica y sensibilidad. Firme en lo que es, sin necesidad de explicarse.


