Jorge Luis Acevedo: más que un maestro, un sembrador de esperanza y melodías
En Costa Rica existen cientos de músicos que, a lo largo de los años, han dejado una huella profunda por su impacto cultural. Sin embargo, hay otros que, además de ese aporte, marcaron la vida de muchas personas. Uno de ellos fue Jorge Luis Acevedo Vargas: barítono, etnomusicólogo, compositor y director coral, quien lamentablemente falleció el pasado domingo 15 de junio.
Acevedo fue decano de la Facultad de Bellas Artes entre 1987 y 1991. Además, recibió el Premio Nacional Aquileo J. Echeverría en Música por su ópera Sukia (1986). También fue representante de Costa Rica en el Diccionario de Música Española e Hispanoamericana.
Acevedo, quien también se desempeñó como cantante, tuvo papeles protagónicos en montajes de la Compañía Lírica Nacional y ofreció numerosos recitales no solo en Costa Rica, sino también en países como España, Puerto Rico, Estados Unidos, Francia, Italia y Venezuela.
Fundó la Escuela de Artes Integradas de Santa Ana (EMAI), institución en la que cientos de niños, niñas y jóvenes han tenido la oportunidad de formarse y desarrollarse como músicos profesionales.
En los últimos años, también destacó por realizar una serie de exposiciones sobre el arte indígena costarricense. Más allá de sus títulos, premios o reconocimientos, Acevedo se convirtió en una de las figuras más representativas de la cultura costarricense, por el impacto que tuvo no solo en el país, sino en cada niño, joven y adulto con los que interactuó. Enseñó que el amor por la música no es algo que simplemente se ejecuta, sino que se siente con el corazón y el alma, tal como él la vivía.
Este medio conversó con personas que fueron testigos de su legado, como Laura Araya, productora artística y coordinadora del EMAI, quien en nombre de la institución compartió unas palabras que, más que un mensaje, fueron un sentimiento profundo.
Para Araya, Acevedo llevó al EMAI más allá de una visión artística: lo transformó en un espacio de cambio social, consolidando su identidad como una institución educativa con sentido de inclusión y equidad.
Uno de los mayores legados que dejó fue su firme creencia de que la música debía llegar a comunidades en condición de vulnerabilidad o con acceso limitado a la educación artística. Gracias a esto, cientos de personas pudieron recibir formación musical digna dentro del EMAI.
Creía profundamente en las personas. Confiaba en que el arte podía despertar lo mejor de cada ser humano, y por eso nunca dudó en brindar oportunidades, abrir espacios, acompañar procesos y alentar incluso a quienes no creían en sí mismos. Su trato cercano, generoso y humano sembró confianza, inspiración y compromiso, expresó Araya.
Quienes vieron de cerca su amor y entrega fueron sus hijos, Martín y Roberto Acevedo Porras, quienes compartieron un emotivo mensaje en memoria de su padre.
Para ellos, más allá de sus aportes culturales, su vida estuvo marcada por el amor incondicional hacia su familia. Desde muy joven, Acevedo asumió la responsabilidad de sostener a su madre, su tía, 3 hermanos y una prima, convirtiéndose en el pilar económico de su hogar.
Esa experiencia de vida lo llevó a encontrar refugio en la música, que más tarde se convirtió en su misión. Sus hijos fueron testigos del amor que les tenía a sus estudiantes, a quienes consideraba parte de su familia.
Más allá de esos logros, dejó una huella en cada estudiante que tuvo la suerte de aprender de él, en cada obra musical que compuso y en cada gesto de amor con los que transformó vidas, recordaron.
También destacaron su espíritu generoso: muchas veces construyó con sus propias manos hogares dignos para quienes lo necesitaban, y era común verlo alimentar a personas sin recursos.
Lleno de música, cultura y valores. Más que un maestro, fue un padre amoroso, un esposo devoto y un amigo leal. Junto a nuestra madre, la maestra Ana Isabel Porras Saborío —fallecida en 2022—, cultivó un hogar como un manuscrito de amor, al que tituló Para Anita, una colección de poemas dedicada a ella, escribieron sus hijos.
El doctor Jorge Luis Acevedo Vargas fue un soñador incansable, un creador de belleza y un arquitecto de esperanza. Su vida fue un regalo para quienes tuvieron el privilegio de conocerlo, y su legado seguirá resonando en cada melodía, en cada estudiante inspirado y en cada acto de bondad que florezca en su honor.
Murió el Día del Padre, estrechando en su mano derecha a su hijo mayor, Martín, y en la izquierda a su hijo menor, Roberto, según relataron sus hijos en una carta cargada de amor hacia quien fue, es y será una figura inolvidable para todos los que lo conocieron.