¿Cruzar el Cerro de la Muerte sin carro ni carretera? Los pioneros lo hicieron
Si usted desea viajar a Pérez Zeledón, pues nada más toma un vehículo y en dos o tres horas cumplirá el trayecto que, la mayoría de las veces, es muy placentero.
Pero, ¿se ha puesto a pensar si no existieran ni la Carretera Interamericana ni carros, tal como era antes de la primera mitad del siglo pasado?
La colonización de la zona sur de nuestro país se atrasó porque para llegar a estas tierras era imprescindible superar el Cerro de la Muerte a pie y por medio de trillos, algo que no cualquiera se atrevía a hacer.
El trayecto entre San José y el Valle de El General requería entre 4 y 5 días de viaje azaroso, donde no se contaba con los medios ni servicios básicos, como electrificación, transporte motorizado, hospitales o carretera y -como consecuencia- se estaba a expensas de las inclemencias del tiempo y de los animales salvajes.
Además de estas limitaciones, los colonizadores debían proveerse durante el trayecto de alimentación básica, lo cual aumentaba su carga. No había un lugar donde pasar las noches ni guarecerse de la lluvia, y eso significaba estar expuesto a los inminentes peligros.
Uno de los personajes en la historia de Costa Rica que hizo el trayectos en estas condiciones fue el licenciado Pedro Pérez Zeledón, quien luego del viaje se propuso crear tres lugares para que los viajantes tuvieran donde pasar la noche.
La idea de Pérez Zeledón se convirtió en el decreto número 45 del 5 de agosto de 1908, mediante el cual el Congreso autorizó al Ejecutivo a invertir, entre otras cosas, ¢3.000 para la construcción de tres casas de refugio en el Cerro de la Muerte, que se llamarían "División", "La Muerte" y "Ojo de Agua".
A pesar de que el decreto data de 1908, las casas de refugio se construyeron entre 1910 y 1912, bajo la administración del presidente Ricardo Jiménez Oreamuno, con un costo de ¢1.749.47.
Fue designado para la supervisión de la obra Emigdio Ureña, trabajando también como hábil carpintero Manuel (Lico) Elizondo.
Los materiales utilizados en la construcción fueron madera (cortada y beneficiada en los mismos sitios, curada y pulida por Elizondo), así como bahareque y zinc.
Las casas tenían un salón grande y otro más pequeño, además de una cocina y un corredor, ambos con piso de tierra.
Las tres fueron construidas a una misma distancia una de la otra, separadas por una jornada de viaje, o sea, más o menos, 10 o 12 horas a pie.
Claro que no eran un sitio cinco estrellas, pero esas casas brindaron un gran servicio a los colonizadores y viajeros hacia la zona sur del país.
Cuando llegaban a cada una de ellas, muertos de frío y hambre, encontraban un lugar para escapar de las inclemencias del tiempo y un lugar seguro para refugiarse de los animales de la montaña.
Había dos reglas básicas de uso para garantizar su efectividad: una era que, antes de abandonar las casas, se debía dejar leña para que el siguiente viajero tuviera material con qué calentarse y cocinar.
Otra era no ingresar con caballos a las casas, pero en algunas ocasiones la lluvia y el frío obligaba a desoír esta norma, pues de haberlos dejado afuera, los animales habrían muerto sin remedio.