Logo
Primary menu

La guerra interminable

Por Jaime Robleto | 23 de Jul. 2019 | 4:31 am

Ay Nicaragua Nicaragüita es una canción del folclorista Carlos Mejía Godoy muy conocida; tanto como que la mayoría de su gente es sencilla, con poca educación formal y ha sido explotada históricamente por la dictadura de los Somoza primero, y por la actual: la contradictoria gobernanza de Daniel Ortega y su mujer, Rosario, de quien se dice, practica el ocultismo tercermundista de mandar detrás del trono.

La revolución de los años setenta costó más de cincuenta mil vidas en procura de un cambio real; la búsqueda de un evangelio a la usanza de Leonardo Boff y el poeta sacerdote Ernesto Cardenal fue una esperanza fugaz desvanecida que dio pie a una nueva forma de cacicazgo y clase social. La Iglesia Católica ha dado la cara por el pueblo nicaragüense, sin abandonarlos en su dolor, especialmente en tiempos recientes con la figura de Monseñor Silvio Báez, hasta hace poco Obispo auxiliar de Managua, que fue llamado al Vaticano en este 2019, en circunstancias -al menos- poco claras, siendo que es una voz de denuncia y coherencia contra el Orteguismo que incomoda con la verdad incluso a ciertos miembros del clero. En 1979, la esperanza compartida de un cambio hacia la democracia era una quimera, los nicaragüenses solo han conocido el autoritarismo como forma de gobierno desde la Colonia. Los nuevos ricos surgidos del sandinismo tienen aún menos interés en los pobres, que un populista en la intelectualización de las masas. El debilitamiento en el sistema educativo no es casual, siempre aparece en el menú del desmembramiento de una democracia.

En la revolución de los 70, se entreveraron armas con armas, pólvora de ambos lados. Actualmente, no hay discurso que justifique la brutal represión del régimen orteguista contra un pueblo desarmado que no quiere confrontación con blasones hechizos, ya se han puesto suficientes muertos. El sistema de vigilancia informal del régimen es terrorífico, con un Poder Judicial complaciente, no existe un estado de derecho que garantice la tutela de los derechos fundamentales. Es el sueño húmedo de cualquier dictador.

La cobertura mediática de la masacre nicaragüense ha sido insuficiente, quizás porque no hay petróleo, tal vez por xenofobia. Los recursos naturales, que no son pocos, han sido comprometidos al otro lado del eje occidental en turbias negociaciones. En el cuarenta aniversario de aquella revolución traicionada no hay nada que celebrar. De ser cierto que la indiferencia mata, se anuncia funeral.

Comentarios
1 comentario
OPINIÓNPRO