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La obsesión reguladora

Por Randall Arias | 9 de Dic. 2016 | 7:43 am

Parece existir una extraña pulsión humana hacia la regulación de cualquier actividad económica, especialmente si es exitosa. Esto, aunque vaya en contra del propio bienestar económico y social, tanto individual como colectivo.

Apenas surge una nueva actividad lucrativa, alguien salta y denuncia: ¡debe regularse! Esto encontrará pronto eco en la usualmente irreflexiva opinión pública que también demandará ¡regulación! Incitará así a algún político populista siempre ávido de encontrar cualquier tema "sexy" para ganar simpatías.

Además, aparecerá algún burócrata oficioso y creativo que encuentre alguna norma novedosa o arcaica y empolvada que exija algún permiso. Y con ello, el riesgo potencial del chorizo.

Hasta entonces, probablemente muy pocas personas se habrán detenido a hacerse la pregunta esencial: ¿y por qué debe ser regulado? Si la actividad es lucrativa y genera riqueza, pues se le aplican las leyes ordinarias de renta, siendo ya suficiente castigo para el éxito empresarial.

Lo esencial es determinar, primero, si cualquier actividad económica genera riqueza legítimamente, sin violar ninguna ley o regulación ya existente, lo cual es socialmente positivo por cuanto amplía los márgenes de bienestar disponibles.

Al generar riqueza no solo se crea valor económico para sus dueños, sino que además se distribuye por medio de lo que ganan sus colaboradores así como a través de las compras a su red de proveedores, quienes a su vez gastan en sus comunidades beneficiando al panadero, al verdulero, al peluqero y a una larga e interminable cadena de benefciarios directos e indirectos.

A esta irreflexiva actitud colectiva (algo así como una histeria colectiva reguladora) se debe el estado actual que nos condena a estar amarrados por doquier para realizar actividades económicas decentes.

El caso típico es Uber. Pero también están muchas otras plataformas cuyo único pecado es establecer una conexión entre alguien que tiene algo ("Yo tengo") con otra persona necesita ("Tú lo necesitas"). Satisface así el principio básico de la economía colaborativa que simplemente ofrece una plataforma que los conecta, teniendo derecho a obtener algún beneficio por ello.

Pero bajo la insana lógica reguladora se cuestiona ¿cómo osan ganar plata uniendo a alguien con una necesidad con algún projimo que tiene ese recurso disponible y probablemente ocioso? Esto parece una herejía según la triste visión pan-reguladora.

La actitud debe ser diametralmente distinta, cuestionándonos más bien ¿cómo debería el Estado facilitar que ese negocio continúe, se extienda y genere la mayor cantidad de beneficios económicos y sociales para el mayor número?

Mientras no cambiemos esta mentalidad anti-empresarial, contraria a la creatividad, el emprendimiento y la innovación, seguiremos condenando a miles de personas a la informalidad y a los mercados ilegales. Y así, a la pobreza.

Por eso estamos como estamos.

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