La Pensión Villalobos. Un cuento solo para adultos
¡Treinta diablos viviendo juntos, que más iban a hacer si no diabluras!

Cerquita de la línea del tren, en San Pedro de Montes de Oca, vivían estudiantes de muchas partes del país, en la Pensión Villalobos.
La Pensión Villalobos en San Pedro de Montes de Oca era un microcosmos a principios de los años 70. Había gente de todo lado que venía a estudiar a la Universidad de Costa Rica.
Un gringo, un español, varios nicas, un catracho, panameños, guatemaltecos, venezolanos, ticos de todos los colores y sabores, desde San Carlos y Pérez Zeledón, hasta Orotina, Naranjo, Grecia, San Ramón, Guanacaste, Zarcero, Puntarenas y Limón.
Éramos como 30 y algunos, por lo menos 2 llegaron a ser diputados -uno casi a Presidente de la República-, pero ninguno se libró de las furibundas regañadas de doña Elena Villalobos, quien manejaba la pensión como un sargento, con mano de hierro. Eso sí, con una buena y muy generosa cuchara que nunca dejó a nadie con hambre.
Originaria de Esparza, doña Elena Villalobos Barrantes casó con un tútile (italiano) tico de tercera generación -don Víctor Rapso Hernández- y se vino a vivir a San José, donde, a falta de residencias estudiantiles, los universitarios buscábamos casas o pensiones particulares para alojarnos.
Doña Elena daba el servicio completo, dormitorio y tres comidas y ya en 1970 no recibía mujeres porque al principio varias le salieron embarazadas y ella no quería lidiar otra vez con padres indignados, que llegaban a reclamarle porque algún estudiante alborotado se había pasado al cuarto de sus hijas.

El autor, Isidro Sánchez es periodista retirado y aficionado a la Genealogía.
Tortas siempre le hacían los estudiantes y doña Elena no escatimaba palabrotas cuando tenía que regañarlos. Una noche, alguno creyó simpática la broma de ponerle un preservativo lleno de agua colgado de la perilla de su puerta.
Al día siguiente, a la hora del almuerzo -todos sentados muy modositos y temerosos, porque ya se había regado la bola- doña Elena salió de la cocina más brava que un miura, con un enorme cucharón, se paró junto a la larga mesa y le arrió tres golpes rotundos que sonaron como bombas: "Al hijo de tal que fue lo voy a colgar de los güevos".
Nunca descubrió al hijo de tal y a nadie pudo colgar doña Elena por sus partes nobles, pero a todos los del piso de arriba de la pensión -únicos con acceso al cuarto de la señora- nos tiró puerta afuera apenas se acabó el mes. Nos dio los veinte, decía ella, porque eso era lo que costaba el pasaje del bus de San Pedro, veinte centavos. ¡Van jalando!
Vienen de todos los lugares y también de Puriscal

En aquellos lejanos años 70, los estudiantes, que vivían a una cuadra del parque, eran solo tortas.
En aquellos tiempos, vivían en la Villalobos gente como José Luis Valenciano, que llegó a ser diputado liberacionista por San Ramón, y Ottón Solís, primero del PLN y luego candidato presidencial del PAC y diputado por Pérez Zeledón.
Al frente de la Pensión Villalobos estaba la residencia universitaria María Auxiliadora -solo para mujeres, regentada por monjas- y poco más adentro, a la orilla del tren, la Casa de los Sancarleños, de donde salieron también varios profesionales que llegaron a diputados por la zona norte.
Con la diáspora provocada por el asunto del condón, los estudiantes echados nos dispersamos por otros barrios de San Pedro y terminamos nuestros estudios alojados donde doña Lila Muñoz o doña Isabel Salgado de Echeverría, cerca de la línea del tren, frente a Fito's Bar, o en la Calle de la Amargura, que todavía no era tan amarga para vivir.
Años después, doña Elena por fin cerró la pensión y acabó sus días en la casa esquinera de la misma cuadra. Al tiempo, el viejo edificio de madera de la Pensión Villalobos fue demolido para dar paso a un parqueo, triste destino para paredes que sabían tantas y tan buenas historias.
Ottón no sabe
Un día de la campaña política del 2002 íbamos en un carro para Pérez Zeledón don Ottón Solís y tres gentes más, por esas casualidades de la vida todos ligados de alguna manera con la Pensión Villalobos y con esa calle de estudiantes en San Pedro, una cuadra al oeste del parque.
Uno de los pasajeros se quejó de que había pasado la noche con dolor de cabeza y yo por joder le dije que si no sería el conocido mal de muesa. A lo mejor fue eso, dijo el quejoso con una carcajada maliciosa…
Pues Ottón, con la inocencia infantil de La Hermosa de General Viejo -república de Pérez Zeledón- y sus muchos años de estudios victorianos en Manchester -United Kingdom- preguntó candoroso ¿qué es muesa?
¿Y yo voy a votar por un carajo que no sabe que es muesa? -contesté- ¡¡Mandaría güevo!!
Casi nos reventamos de la risa antes de explicarle a Ottón de qué se trataba el asunto.
En realidad no hace falta recurrir a la literatura médica para saber que es muesa, es cosa de preguntarle a algún estudiante mañoso y deslenguado para obtener descripciones poco santas de ese asunto tan común.
Pero en todo caso, en libros científicos y tratados de anatomía varios autores han establecido los síntomas: erecciones espontáneas, nocturnas o matutinas, eso sí acompañadas por dolores de cabeza o de testículos.
Todos coinciden en que no es fatal, si se la trata a tiempo.