Mundo insólito – ¿Quién inventó la lata de cerveza con abre fácil?
Si los inventores de la cerveza merecen nuestro perpetuo agradecimiento y aplauso (¡Ejem!), el inventor de la lata de cerveza con abre fácil es digno de un altar.
Mientras el mundo se fue modernizando en todo gracias a la Revolución Industrial, los recipientes para beber cerveza no pasaban del vaso y la jarra de vidrio que, aunque muy amigables para degustarla, eran un poco imprácticos.
Un paso importante en ese hábito se dio, sin embargo, en el siglo XIX cuando surgieron las primeras latas aunque con el enorme inconveniente de que, al ser de hierro, para abrirlas se ocupaba un martillo y un escoplo o formón.
Uno de los problemas con tales herramientas de carpintería era que cuando el sediento y urgido bebedor le pegaba el martillazo al escoplo, la pringazón y desperdicio de cerveza eran descomunales entre los invitados a la fiesta quienes terminaban con la ropa estilando.
El siguiente paso fue el uso de metales más ligeros como la hojalata y el aluminio que trajeron gran alivio sobre todo a partir de enero de 1935 en Richmond, Virginia, cuando se hizo posible sostener la lata en la mano sin que se sintiera como una pesa de gimnasio.
Sin embargo, la cuestión de cómo abrirla sin causar tanto estropicio persistía. La solución fue una pequeña herramienta llamada “llave eclesiástica” que servía para abrir dos agujeros en la tapa de la lata de modo que la cerveza fluyera.
Pero no era suficiente. Ese dispositivo estaba muy lejos de ser la solución ideal. Si no que lo diga Ermal Fraze, de Ohio, quien al olvidar llevar su llave eclesiástica o sacramental a un picnic en 1959, se rompió las manos tratando de abrir la lata contra el parachoques de su carro.
Del chichón que le dio, Fraze se enclaustró los meses siguientes empeñado en inventar una anilla extraíble para las latas y lo logró. Esta pieza simplemente se arrancaba, se tiraba y la cerveza era “glub, glub, glub…”, toda nuestra.
Ni lerdo ni perezoso corrió a patentarla en 1963 al punto de que a finales de esa década el ruido de “¡Psssh!” en las fiestas se hizo muy familiar a la hora de que la gente destapaba cerveza tras cerveza o todas a la vez.
Pero surgió un nuevo problema: a principios de los 70 se habían usado y descartado tantas anillas que se vislumbraba una crisis por ser pequeñas, difíciles de ver y tardar en degradarse.
Además, eran tantas por todas partes que los bañistas descalzos las majaban y se maltrataban las plantas de los pies, los niños y los animales se las tragaban con consecuencias graves y hubo que desechar de inmediato ese sistema.
Ni modo; había que empezar de nuevo. Ante eso, se desarrolló entonces una lengüeta que se presionaba pero como implicaba meter el dedo en la abertura, era riesgoso y tampoco funcionó.
Hasta que por fin, en 1975, un tal Dan Cudzik se iluminó, no sabemos si tras paladear algunas cervezas, al inventar la “lengüeta estable” que se convirtió en la solución ideal y actualmente en uso.
Gracias a ese diseño, se han reciclado, en vez de desechado, sobre medio millón de toneladas de aluminio.
Al final, ganaron todos; los cerveceros, los consumidores de cerveza y, lo más importante, la ecología.