¿Por qué es histórica la disolución del PKK, el grupo kurdo que desafió a Turquía durante 40 años?
En 1984, el PKK inició una insurgencia armada
Después de más de cuatro décadas de conflicto, el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) anunció su disolución y el abandono de las armas. La decisión marca un giro histórico en la relación entre el Estado turco y el pueblo kurdo. También abre la puerta a una etapa incierta.
El anuncio llegó desde la frontera entre Irak e Irán, donde miembros del PKK celebraron un congreso interno para sellar la decisión. Allí, los líderes respondieron al llamado de Abdullah Öcalan, fundador de la organización y figura central del movimiento kurdo moderno. Desde su celda en Turquía, Öcalan pidió el fin de la lucha armada y el inicio de un proceso político.
Para entender lo que implica este paso, es necesario revisar la historia del PKK y del pueblo kurdo, uno de los grupos étnicos más grandes del mundo sin un Estado propio.
El nacimiento del PKK
El PKK nació en 1978, en una Turquía marcada por la represión estatal y la violencia política. Su fundador, Abdullah Öcalan, era un joven activista universitario influido por el marxismo-leninismo. Quería organizar una revolución socialista en las regiones kurdas del sureste del país, donde la población vivía marginada, sin derechos lingüísticos ni reconocimiento cultural.
Desde la fundación de la República de Turquía en 1923, el Estado negó sistemáticamente la identidad kurda. Prohibió el idioma, reprimió expresiones culturales y persiguió a todo movimiento que pidiera autonomía. La política oficial impulsaba una identidad única: la turca. En ese contexto, millones de kurdos quedaron excluidos del proyecto nacional.
En 1984, el PKK inició una insurgencia armada contra el Estado. Atacó cuarteles, comisarías y convoyes militares. Al inicio, su objetivo era crear un Estado kurdo independiente. Con el tiempo, moderó su discurso: abandonó el separatismo total y propuso un modelo de autonomía basado en el "confederalismo democrático", una idea desarrollada por Öcalan desde prisión, inspirada en la autogestión y la democracia directa.
Cuatro décadas de guerra
La guerra entre el PKK y el Estado turco fue larga y sangrienta. Más de 45.000 personas murieron. Millones de kurdos fueron desplazados. Cientos de pueblos quedaron arrasados. Las fuerzas de seguridad turcas llevaron a cabo operaciones masivas que, con frecuencia, afectaron a civiles. También hubo denuncias de ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas y torturas.
El PKK, por su parte, fue acusado de cometer atentados con bombas, secuestros y asesinatos selectivos. Turquía, Estados Unidos y la Unión Europea lo incluyeron en sus listas de organizaciones terroristas.
Durante los años noventa, el conflicto alcanzó su punto más crítico. El gobierno declaró zonas de seguridad militar, prohibió partidos prokurdos, encarceló a líderes políticos y cerró medios de comunicación. La represión fue total.
En 1999, la captura de Öcalan en Kenia —en una operación de inteligencia conjunta entre Turquía y EE. UU.— marcó un punto de inflexión. Desde su prisión en la isla de Imrali, el líder kurdo abandonó la idea de la independencia y empezó a proponer una solución negociada con base en la descentralización del Estado y la integración política de los kurdos.
Diálogo y ruptura
Entre 2009 y 2015, el conflicto entró en una etapa diferente. El gobierno de Recep Tayyip Erdogan impulsó un proceso de paz con el PKK. Permitió visitas de delegados al líder encarcelado y se iniciaron conversaciones indirectas. A cambio, Öcalan llamó a una tregua y pidió a los combatientes que se retiraran del territorio turco.
Durante esos años, hubo señales de apertura. El idioma kurdo se permitió en escuelas privadas y medios. Se restauraron los nombres kurdos de algunas localidades. El PKK redujo sus acciones armadas. En algunas zonas, la vida volvió a una relativa normalidad.
Pero todo cambió en 2015.
Ese año, el conflicto en Siria reconfiguró la región. En el norte sirio, milicias kurdas ideológicamente cercanas al PKK, como las Unidades de Protección Popular (YPG), ganaron terreno y establecieron una administración autónoma con apoyo de Estados Unidos, en plena guerra contra el Estado Islámico. Ankara vio ese avance como una amenaza directa a su seguridad territorial.
En julio de 2015, un atentado del Estado Islámico en la ciudad turca de Suruc dejó 33 muertos. La tragedia provocó un estallido de tensiones. Militantes del PKK respondieron matando a dos policías turcos, acusándolos de colaborar con los yihadistas. El gobierno rompió el proceso de paz y reinició las operaciones militares a gran escala.
Durante los siguientes años, la guerra volvió a las calles. Ciudades como Cizre, Nusaybin y Diyarbakır vivieron combates urbanos, toques de queda, bombardeos y desplazamientos masivos. El ejército desplegó tanques y helicópteros en zonas residenciales. La destrucción fue enorme.
Mientras tanto, Erdogan reforzó su poder. Tras el fallido golpe de Estado de 2016, el gobierno declaró el estado de emergencia, amplió la represión y concentró aún más autoridad en la presidencia. Muchos alcaldes kurdos fueron destituidos o encarcelados. Partidos prokurdos fueron perseguidos con causas judiciales. La posibilidad de un diálogo quedó enterrada.
Sin embargo, desde 2021 en adelante, comenzaron a surgir señales de agotamiento. El PKK redujo sus ataques y centró su acción en resistencias locales. En el plano internacional, su respaldo se erosionó. Washington recortó el apoyo a sus aliados kurdos en Siria. Rusia buscó acuerdos con Turquía. Y el costo humano de la guerra, tras más de 40 años, se volvió difícil de sostener.
La disolución
En febrero de 2025, Abdullah Öcalan hizo un llamado histórico: pidió a sus seguidores que abandonaran las armas y cerraran el ciclo armado. Dijo que la lucha militar ya no era viable y que había que construir un nuevo camino desde la política y la organización comunitaria.
Esta semana, el PKK aceptó la propuesta. En un congreso en las montañas fronterizas entre Irak e Irán, sus líderes anunciaron la disolución de la estructura armada. También propusieron un plan de desarme progresivo y solicitaron garantías para la reintegración de sus miembros, así como la apertura de un proceso democrático que incluya a los kurdos.
El presidente Erdogan celebró la noticia. Habló del "fin del terrorismo" y prometió apoyar el proceso si se respeta la unidad nacional. Pero la desconfianza persiste. Sectores kurdos recuerdan que, en el pasado, el Estado no cumplió sus promesas. Además, decenas de dirigentes y activistas siguen en prisión, y los partidos kurdos enfrentan censura y vigilancia constante.
¿Qué sigue para el movimiento kurdo?
El fin del PKK no significa el fin del movimiento kurdo. En Turquía, millones de kurdos continúan luchando por igualdad, representación y derechos culturales. El sistema político sigue excluyéndolos, y muchos enfrentan acusaciones de "terrorismo" por defender su identidad.
En Siria, las Fuerzas Democráticas Sirias —lideradas por kurdos— mantienen el control de grandes zonas del noreste. Allí han intentado construir una administración basada en la autonomía local y la convivencia entre etnias.
En Irak, el Kurdistán autónomo sufre divisiones internas entre facciones rivales, lo que ha frenado su consolidación. En Irán, los kurdos enfrentan una represión aún más severa, sobre todo después de las protestas de 2022, cuando lideraron manifestaciones contra el régimen.
El pueblo kurdo sigue buscando su lugar en un Medio Oriente inestable. La disolución del PKK puede cerrar un capítulo, pero no resuelve las causas profundas del conflicto: la negación de su identidad, la exclusión política y la falta de garantías democráticas.