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Tico que superó COVID-19: “Si supieran lo que duele, se quedarían en casa”

Me hicieron la prueba 8 veces

Por Yaslin Cabezas | 27 de Abr. 2020 | 12:00 am

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(CRHoy.com) Mi nombre es Rafael Sandoval, soy uno de los costarricenses recuperados de COVID-19 en el país y, aunque hoy agradezco a Dios por contar la historia, es muy difícil sobrevivir a la enfermedad, aislarse por completo de la familia y pasar por la incertidumbre de no saber qué pasará.

El 8 de marzo salí para Puerto Rico y pasé por Panamá. No puedo decir con certeza cómo me contagié, porque no lo sé. Yo me había ido un poco resfriado y al estar con las defensas bajas, seguro eso ayudó para que me agarrara el virus. El 15 de marzo volví a suelo nacional y en ese momento ya habían decretado la cuarentena para todo aquel que ingresara a Costa Rica.

Cuando llegué a casa, le dije a mi esposa que me quedaría solo en un cuarto, para no exponerla ni a ellas ni a mis hijas, porque me sentía mal, con mucho dolor de cuerpo. Dos días después, -el 17 de marzo- fui a consultar a un hospital privado, pero no tenían la manera de detectar el COVID-19, así que primero me hicieron el panel respiratorio y luego de descartar que era otra cosa, el 19 de marzo me llamaron para confirmarme que tenía el coronavirus. 

Sinceramente debo decir que me desanimé. Como todas las personas, no sabía a lo que me iba a enfrentar y me desanimé, pero después de ver noticias, reportajes y demás, entendí que yo no tenía de qué preocuparme porque no tengo factores de riesgo. Aunque tengo 53 años, físicamente me mantengo bien, juego baloncesto, corro, voy al gimnasio, no fumo, entonces yo confié en Dios y dije: "¡Yo no voy a ser uno de los más afectados!".

Ya para ese momento tenía tos, muy poca fiebre, pero sí un dolor intenso en el cuerpo. Me dolía agacharme y cada vez que iba a toser lo pensaba porque sabía el dolor que eso significaba en mi tórax y la espalda. El dolor de cuerpo me volcó por completo y cuando me bañaba… ¡Hasta el pelo me dolía! De verdad era como un martirio porque sentía como si alguien me hubiese agarrado a golpes hasta cansarse en la parte de los riñones.

Perdí el olfato y el gusto, a tal punto que no quería comer porque me resultaba desagradable. Hubo algunos días que sentí dificultad para respirar, como cuando a uno la mamá le decía pequeño ‘¡Tenés apretado el pecho!". Cuando pasó eso, me sentí como nervioso, porque no sabía si eso iba a incrementar o iba a terminar en el hospital.

Las dolorosas pruebas

¡Si la gente supiera lo que duele la prueba del coronavirus, se quedarían en la casa el tiempo que diga el ministro! De verdad que es un proceso sumamente doloroso e incómodo.

Que a uno le metan un hisopo por la fosa nasal no es nada agradable, pero, que eso se lo hagan 8 veces en un mes, es peor aún. Yo tuve que someterme a esa prueba ocho veces… Cada examen consta de dos tomas, cada una con una diferencia de 24 horas. 

Los funcionarios llegan a tomar las muestras a la casa y todos los días me llamaban de la clínica Moreno Cañas y del Ministerio de Salud para saber cómo estaba. Me mandaron un tratamiento que -inicialmente- es para la malaria y después de que lo terminé, empezaron las pruebas para ver si me daban de alta. ¡En ese momento empezó el verdadero martirio! 

Ellos aplican dos exámenes en un lapso de 24 horas para descartar que uno tenga el virus. Sin embargo, a mí uno me salió positivo y el otro negativo, así que debieron hacerme dos pruebas más. ¡A mí se me salían las lágrimas del dolor! Después del examen, uno queda con mucho dolor de cabeza.

El día que la doctora me llamó para decirme que me iban a hacer 2 pruebas más yo de cierta manera me molesté y recuerdo que le dije: ‘¿Qué pasa si yo interpongo un recurso de amparo y no los dejo entrar a mi casa?' Y ella me contestó que debía hacerlo, que era parte del proceso. Sin embargo, nunca me imaginé que esas dos pruebas también iban a salir positivas.

Las últimas dos pruebas me las hicieron en la Moreno Cañas, pero en ese momento ya estaba más tranquilo. Pensé en todas las personas que estaban internadas en Cuidados Intensivos y que, probablemente no podían ver a su familia, así que dije: ‘si me tienen que repetir este examen más veces, lo voy a aguantar como los grandes'. 

El aislamiento

Sin duda, de las cosas más difíciles para un paciente en aislamiento es no ver a la familia. Duré más de un mes sin ver ni abrazar a mi esposa Jéssica y a mis hijas Fabiola y Alejandra. Aunque estábamos en la misma casa, el único contacto que teníamos era a través de una puerta.

Hicimos todo un protocolo. Mi esposa me hacía la comida, me tocaba la puerta y se iba. Yo esperaba como 5 minutos que se fuera para abrir y agarrar la comida. Después de comer, rociaba el plato y todos los utensilios con alcohol y lo ponía nuevamente afuera, para que ellas en las noches recogieran todo con guantes.

Se nos ocurrió la genial idea de hacer conferencias por Zoom y así hablábamos, pero había momentos en los que me desmoronaba, porque yo quería abrazarlas y estar con ellas.

Debo reconocer que lloré… Me daba miedo empeorar y morir. La muerte en sí no me da miedo, porque es lo único seguro que tenemos, pero cuando uno tiene hijos y familia, a uno le duele dejarlos y empieza uno a pensar en lo peor.

La libertad

La ansiada "libertad" me la dieron el domingo 19 de abril. La doctora me llamó para decirme que ya me iban a dar de alta y que podía hacer una vida normal, porque los exámenes salieron negativos. ¡De verdad que no puedo explicar la alegría que se siente en esos momentos! 

Ese día me bañé y salí a abrazar a mi familia como tanto lo deseaba, dándole gracias a Dios por haberme librado de eso y porque podía contar la historia. Lloré con cada una de mis hijas.

Hoy veo atrás y solo tengo palabras de agradecimiento para los médicos, enfermeras y todo el personal de los hospitales, que tiene que dejar a sus familias para cuidar la vida de otros. Agradezco a cada uno de mis amigos que se tomó el tiempo para preguntarme cómo estaba y me dio palabras de ánimo, pero muy especialmente, agradezco a Dios por mi familia, por mi bella esposa y por mis princesas, porque me cuidaron y me apoyaron cuando más lo necesité. ¡Eso no tiene precio!

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