El año 2023 ha sido uno de muchos retos en materia de movilidad para Costa Rica. Ninguno es nuevo, pero se acrecientan con cada año que pasa sin que el país tome las riendas de su movilidad y comience a invertir de forma decidida, sostenida y estratégica en la implementación de un sistema de movilidad sostenible que cambie de forma definitiva los hábitos de movilidad de sus habitantes y ofrezca alternativas competitivas a los vehículos particulares para los viajes utilitarios que colapsan nuestras calles todos los días.
Vale destacar que sí hemos avanzado en algunos aspectos. La implementación del pago electrónico en casi 500 buses es un logro para el país y nos acerca a una experiencia libre de dinero en efectivo en el transporte público, lo cual será beneficioso para las empresas autobuseras, los choferes y las personas usuarias. Las intervenciones viales que han realizado algunos cantones en el marco del proyecto mUEve y otras iniciativas han abierto una ventana para mirar lo que es posible hacer en nuestras calles si priorizamos a los usuarios viales más vulnerables y eficientes.
Pero en el último año, Costa Rica invirtió más de 200 mil millones de colones en ampliaciones y mantenimientos viales. Y aunque esta cifra es menor que en años anteriores, sigue siendo preocupante el hecho de que estas inversiones no se traducen en menores tiempos de traslado, lo cual debería ser su fin último. Por el contrario, es común que las ampliaciones viales generen el ya muy estudiado fenómeno de la demanda inducida, resultando en mayores niveles de congestión en las vías recién ampliadas.
El problema es común en países con una visión carrocentrista de su movilidad; países que pretenden resolver las presas ampliando calles, persiguiendo ilusamente una fluidez de tráfico motorizado particular que nunca va a llegar. No va a llegar porque, como bien lo dijo el urbanista Lewis Mumford en 1955: "construir más calles para prevenir la congestión vial es como aflojarse la faja para prevenir la gordura".
El enorme reto de la congestión vial, que nos cuesta más del 4% del PIB, no se soluciona construyendo onerosos intercambios viales para desatar nudos de carros en intersecciones a nivel, ni haciendo un carril más donde los carriles existentes están llenos de carros, todo con tremendas afectaciones temporales durante obras por cierto, sino bajando a la gente de su carro. Y las personas solo se bajan del carro cuando hay alternativas competitivas en tiempo y confort y desincentivos fuertes a la conducción vehicular para viajes utilitarios.
Esas alternativas no pueden ser un desarticulado cúmulo de buses que están atorados en las presas con los carros, sino un verdadero sistema de movilidad sostenible que sea robusto, conectivo, seguro, confiable, moderno, accesible y, por supuesto, ágil y rápido. Y esos desincentivos, como cobros por congestión y altos precios de parqueos, solo son justos cuando las alternativas existen.
Una pregunta recurrente es: ¿cómo vamos a financiar la movilidad sostenible? La respuesta es relativamente sencilla: no es invertir más; es invertir mejor. Naciones como Dinamarca, Países Bajos y Suecia han desistido de ampliar incesantemente sus redes viales y, en su lugar, han apostado por hacer de la movilidad activa y el transporte público opciones verdaderamente competitivas con respecto a los viajes en carro, a un costo económico, social y ambiental significativamente menor.
El éxito de este abordaje de movilidad sostenible, con cinco décadas de experiencia acumulada, es indiscutible, porque está plasmado en números que año tras año colocan a estos países como los que han sorteado el reto de la movilidad con éxito. Tal vez lo más interesante es que estos países también tienen a los conductores más satisfechos, lo cual es prueba de que la movilidad sostenible no es un castigo para los conductores, sino una mejoría de la calidad de vida de todas las personas, independientemente de su modo de movilidad.
Pero no solo países y ciudades europeas son líderes en la materia. Medellín, en Colombia, sigue dando de qué hablar con su visión de transformación social a través de la movilidad urbana y Curitiba, en Brasil, revolucionó el transporte público a nivel mundial con su sistema rápido de buses (BRT, por sus siglas en inglés), puesto en operación en 1974.
Por eso es preocupante ver cómo, a pesar de que la evidencia es tan abundante como contundente, Costa Rica y muchas otras naciones aún no han sido capaces de replantear su modelo de movilidad, como sí lo han hecho países como Gales, que recientemente detuvo la expansión de su red vial en procura de establecer un sistema de movilidad más sostenible. En un contexto de emergencia climática, decisiones drásticas como esta resultan aún más trascendentales.
Con cada día que insistimos en una movilidad centrada en el carro particular, perdemos calidad de vida, desperdiciamos nuestro duramente ganado dinero y agotamos nuestros recursos naturales. Es hora de un cambio radical, inteligente y justo con las personas, con la economía y con el ambiente. Este es el primero de una serie de artículos que escribiré con la intención de describir dónde estamos fallando y cómo podemos enderezar el camino hacia una movilidad sostenible para todas las personas este 2024.
Consultor en movilidad sostenible
Proyecto mUEve