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Señor conductor, ¡gracias por no atropellarnos!

Por Doriam Díaz | 15 de Jul. 2025 | 7:00 am

Fue un viernes cualquiera, a las 12:30 p. m. Salí de mi casa, crucé la calle de enfrente y esperé en el semáforo peatonal sobre la calle principal de Guadalupe (100 metros al sur de la Municipalidad de Goicoechea, entre Mayca y la sucursal del Grupo Mutual). Quizá es el hartazgo de peatona irrespetada o que conforme avanzan los años prefiero no callarme nada, lo cierto es que estaba esperando para comprobar cuántos carros se brincaban impunemente la luz roja para decir, una vez más, a voz en cuello: "Ey, debió detenerse", "Ojo, se saltó el alto" o "El semáforo está en rojo". Es una rutina que practico invariablemente en todas las ocasiones que cruzo ese paso de cebra con sus semáforos.

Sin embargo, en esta ocasión, fue un tanto diferente. Un tanto más peligroso. Esperaba en la esquina de Mayca que el muñequito verde del peatonal nos diera paso, pensaba en la olla de carne que me esperaba donde mi mamá. Al lado se detuvo una señora con elegantes canas y en la digna edad de oro. Una desconocida más saludaba con una sonrisa a otra desconocida. El semáforo para vehículos se puso en rojo, el fulano del peatonal nos dio luz verde y hasta el persistente "pío, pío" para las personas con problemas visuales reafirmó que era hora de pasar la transitada avenida principal guadalupana.

La fuerza de las malas experiencias me hizo no lanzarme sin primero volver a ver a la derecha y a la izquierda. Doña Juana -así llamaremos a la septuagenaria de la esquina-, otra peatona precavida, también miró hacia la izquierda. Ambas paramos en seco, aunque todas las señales nos daban permiso de pasar. En dirección de San José a Guadalupe venía un gran camión de carga y, a leguas se notaba, su conductor no tenía intención de detenerse, ni aun si el mismísimo papa León XIV estuviera en la intersección. El conductor, un treintañero (calculo) con los años mal llevados, venía oyendo un mensaje en el celular: la parte de abajo del celular sobre la oreja izquierda y la atención consumida en aquel recado.

No se dio cuenta del semáforo en rojo ni de que todo el resto del tránsito estaba detenido y, mucho menos, de nuestra intención de avanzar sobre las líneas blancas pintadas en la calle. Siguió con aquel vehículo de varias toneladas a velocidad de pista.

Una vez más, se me murieron todas las amebas -yo que creí estar curada de espanto-; una vez más grité: "Ey, se brincó el semáforo en rojo" con más impotencia que enojo. Lo diferente fue que doña Juana, que se veía bastante más correcta que esta que escribe, le espetó: "Señor conductor, gracias por no atropellarnos". No me esperaba el sarcasmo de la tercera edad, pero el gesto nos unió durante la momentánea indignación.

Luego de recibir las miradas de "se salvaron" de los transeúntes que venían de frente y ya a salvo, al otro lado de la avenida, caminando rumbo al norte, doña Juana y yo nos pusimos a conversar sobre lo efímera que es la vida y que casi no contamos el cuento.

En un guiño superficial, le dije con una sonrisa: "Y viera el montón de cosas que tengo que hacer". Ella, con la sabiduría de la edad, me responde: "Ni se imagina yo. Además, me tengo que cuidar porque cumplo años el domingo y los nietos me tienen una fiestecita". Sí, toda una familia esperaba celebrarle el aniversario.

Como si la vida no fuera lo suficientemente complicada -sí, no olvido también sus hermosas posibilidades-, esta abuelita tiene que estarse capeando a camioneros irresponsables, a quienes importa más un mensaje de voz que la vida de dos desconocidas en un semáforo peatonal de Guadalupe un día cualquiera, allí a 50 metros de la Policía Municipal del cantón. ¡Menuda ironía!

A modo de epílogo: En más de una ocasión, he pensado en que debería ofrecerme como oficial de tránsito voluntaria para pararme en esa esquina y llenar la Caja Única del Estado con las mil infracciones que haría en cualquier tarde: 700 vendrían del irrespetado semáforo en rojo y 300 de dos inexistentes giros que se inventan las personas conductoras cada vez que pueden. ¿Pueden creer que en una ocasión uno de ellos me pitó para que me apurara a pasar la calle y así poder cometer la infracción sin problema? En fin, historias de una peatona en nuestras ciudades.

 

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