En una columna del 14 de junio escribí aquí en CRHoy.com "El mundo ve, al menos con asombro y temor, ya no solo que Donald Trump sea el candidato del Partido Republicano sino, y peor aún, la abierta posibilidad de que sea electo Presidente del país más influyente de la Tierra. Y tienen motivos de sobra para estarlo."
Y hoy amanecimos con la aún indigerible noticia de que Donald Trump fue electo Presidente de los Estados Unidos. Ganó contundentemente, venciendo no solo a una mala candidata sino además a las encuestas.
El iracundo voto silencioso volvió a ganar, como lo hizo en el Brexit y en el plebiscito sobre el acuerdo de paz en Colombia. Aunque por motivos diferentes, en los tres casos la molestia ciudadana vaciló a las encuestadoras.
Trump no solo ganó bien la Presidencia sino que además ganó el control del Congreso bicameral (Cámara Baja y Senado). Y logrará, sin duda, nombrar al Juez de la Corte Suprema de Justicia que le asegurará una mayoría afín. Tendrá amplios poderes institucionales, incluyendo una gran autonomía en política exterior, respaldado por un fuerte mandato popular.
Más allá de la desazón que se cierne sobre el mundo por el resultado "inesperado", la principal incertidumbre es si Trump cumplirá sus insensatas ofertas de campaña al menos durante los próximos cuatro años de su Presidencia.
Espero que no y creo que no lo hará, al menos con la radicalidad en que basó su discurso populista y autoritario. Principalmente porque es esperable que su radicalidad discursiva haya sido una estrategia publicitaria basada en una buena lectura del malestar ciudadano del gringo promedio. Su discurso de victoria genera un poco de esperanza. Apenas la necesaria para volver a conciliar el sueño.
Presenciaremos entonces un escenario del tipo dilema del prisionero: si Trump cumple con lo ofrecido, la democracia liberal mundial sufrirá un fuerte golpe; si no lo hace, la frustración de una ciudadanía gringa insatisfecha hoy con la promesa de cambio de Obama y que vio en Trump la tierra prometida llegaría a niveles superlativos, cuestionando ahora sí la democracia y ya no solo a sus gobernantes.
Lo importante ahora es ver si impulsa lo ofrecido, si el Congreso lo apoya y si la Corte Suprema de Justicia ratifica alguna impugnación constitucional. Se pondrá entonces a prueba la principal democracia del mundo en cuanto a su institucionalidad y su Estado de Derecho (a pesar del dominio republicano en los tres poderes cuya cúpula ya sabemos no ha sido afín a Trump).
En cuanto a la cultura cívica en los EEUU, esta elección nos dio una triste lección de que hay una profunda crisis de los valores y principios esenciales que fundan una democracia, tales como la libertad, la igualdad y la solidaridad.
Hay motivos de sobra para estar angustiados por el futuro del mundo con Trump liderando la nación más poderosa. Para el caso tico, la duda inmediata es si revisará en algún momento el CAFTA (ya salió Ottón Solís con el tema de nuevo, apoyando antes a Bernie Sanders y ahora a Trump), sabiendo que su prioridad es restarle a México los privilegios previstos en el NAFTA. Esto sería muy negativo.
Además, debemos esperar las consecuencias que tendría una deportación masiva de millones de centroamericanos, si es que lo llega a hacer. Esto generaría una presión insoportable para las frágiles democracias del norte de Centroamérica y seguramente nos generaría un efecto de cola imprevisible y poco halagüeño.
La preocupación e incertidumbre mundial son entendibles y poco podemos hacer al respecto. Lo que sí podemos y debemos hacer es poner las barbas en remojo acá y prepararnos desde ya para que no nos aparezca el Trump-tico. Antes de seguir criticando a los gringos por sus decisiones soberanas, mejor nos fijamos en nuestros propios pecados.