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Venezuela en clave

Por Agencia | 15 de Ago. 2017 | 4:31 am

La crisis venezolana se puede entender a partir de distintas tesis explicativas, como es natural en casos tan complejos, en que un solo paradigma interpretativo alcanza, si acaso, para explicar una parte del problema. En cuenta:

1) La corrupción histórica de Adecos y Copeyanos que sirvió de caldo de cultivo para que un populista vivaracho como Chávez, fuera posible. Y, de ahí en adelante, quienes hoy tributan políticamente de su memoria con cinismo y violencia.

2) El repliegue y casi abandono de América Latina por parte de Estados Unidos, cuyo entorno al sur del rio Bravo, fue siempre visto con irrespetuoso menosprecio. Producto de lo cual, catorce países caribeños, se hincaron en cruz ante los petrodólares venezolanos que Chávez dispuso, justamente, para recomponer todo el ajedrez geopolítico en el hemisferio, en las propias narices de un Departamento de Estado indolente e irresponsable. Todo ello, sin descontar al resto de cancillerías timoratas y siempre tardías, que tampoco dijeron esta boca es mía, sino hasta ahora que los muertos abundan en las calles venezolanas y la cocaína surca sus cielos y cruza sus mares a placer.

3) La astucia de la diplomacia guerrillera fundada por Cuba y apuntalada por el Alba, frente a la cual, por cierto, recuerdo a una grisácea embajadora canadiense, que en Washington DC, se quejaba inocentemente porque: "they don´t play by the rules". Siendo que, justamente, por este tipo de lecturas chatas, es que en todos los foros multilaterales, los del Alba han hecho y desecho, al final de las sumas y las restas, mientras el resto dividido y perezoso, se limita a ver pasar la procesión, siempre reactivamente.

4) La inveterada costumbre de dictar la política exterior de los países en Latinoamérica, a partir de intereses, obviando los principios hasta donde la opinión pública lo permita. Anteponiendo siempre las candidaturas y las ayudas materiales como empréstitos, becas y equipos, a lo que realmente importa y no se debería negociar: la dignidad nacional, que es el sustrato de toda soberanía.

5) El carácter explosivo y de reacciones hepáticas del venezolano promedio, anclado a una incultura venial y aburguesada. Desentendido de los puntos medios y los equilibrios, prefiriendo usualmente y muy por el contrario, los excesos propios de una abundancia repentina y posiblemente por ello, mal asimilada.

6) Y como siempre, la inequidad, que en ninguna país ha sido tan descarada como en Venezuela. A excepción de Cuba quizá, cuya clase política es tan rica como opaca.

Carlos Andrés Pérez, por citar solo un un emblema de corrupción venezolana, vivió en Costa Rica austeramente previo a regresar a su país para ser Presidente, abandonando Miraflores solo para, acto seguido, refugiarse en Miami con tantísimo dinero, que no cabía en un avión. Aun cuando sí cupo ese botín en muchos bancos norteamericanos que le dieron acogida sin reservas. Siendo que allá suelen tener problema los corruptos de izquierda, pero no tanto los de derecha. Curiosidad histórica que no suele subrayarse.

La combinación de esos elementos, y posiblemente otros más que escapan a este breve espacio que suele constreñir a quienes escribimos en prensa por vocación, esto es sin compromisos ni cálculos, explican, al menos aproximativamente, como el primer país latinoamericano llamado a dar el salto al primer mundo, va camino a convertirse en un Haití, un Salvador o un Honduras a la potencia.

Pero más importante que todo ese cúmulo de casualidades históricas que desgraciaron a Venezuela, vale la pena encender las luces largas para hacer notar que la clave para entender lo que viene acaeciendo en ese país, es el tiempo. Así de simple y así de complicado.

Hoy, el Chavismo le apuesta al tiempo. Su intención no es otra que perdurar. Y cada movimiento que hacen en esta desgastante tragicomedia, deliberada busca alargar la agonía de un pueblo que no da más. Una ciudadanía que permitió tanto y tanto, que se quedó sin reservas ni resortes de poder. Restándole solo, ya a esta altura, el recurso ansioso y desesperado de la desobediencia civil.

Maduro y sus ad lateres vienen apostándole al tiempo desde que su debilidad lo demanda desesperadamente. En 2014 y 2015 se negaban a fijar un calendario para los comicios legislativos, que finalmente perdieron. Luego más bien aceleraron la selección de nuevos Magistrados para cooptar el Poder Judicial. Los mismos jueces que después desconocerían a la mayoría opositora que arribó al Legislativo. Después nuevamente dilataron hasta el cansancio, para que no diera tiempo para el referendo revocatorio dispuesto por la Constitución de Chávez, hasta hace poco, irónicamente, la mejor del mundo. Luego la Constituyente, que ha venido no solo a negar la funcionalidad de la propia Constitución chavista del ´99, sino a desplazar cualquier división de funciones institucional y a concentrar el poder, al menos, hasta que Maduro termine su mandato.

Todo lo anterior, sin olvidar una última clave fundamental: la apelación al diálogo como recurso distractor por un lado y dilatador por otro.

Muchos cayeron en la trampa del diálogo sin antes darse cuenta que el juego de los chavistas, era apostarle al tiempo.

Incluso la oposición venezolana, con notables excepciones eso sí, se resbalo en esa cáscara de banano y se sentó a "dialogar". Con excepción de los leopoldistas y los caprilistas, un poco más avezados y calculadores.
Ahí se dilapidó tiempo valiosísimo, que le dio oxígeno al Régimen de Maduro y permitió a sus filas reagruparse. Cortesía de Zapatero, por cierto.

Es más, la efectividad del recurso al diálogo, fue tal, que hasta la comunidad internacional, en su inmensa mayoría, se santiguó con una palabra bendita que, no obstante, hoy con toda seguridad el pueblo venezolano maldice: diálogo.

En Venezuela, la clave es el tiempo y la maldición es el diálogo ficticio. Entre más tiempo pasa Maduro en el poder, menos posible es cualquier diálogo efectivo, real y sincero. Y viceversa.
Ahí está la clave.

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